El
Trío para piano, violín y violonchelo en
la menor op. 50 de Tchaikovsky fue realizado como memorial elegiaco a
Nikolai Rubinstein, director del Conservatorio de Moscú, amigo y mentor del
compositor. Aunque anteriormente Tchaikovsky había declarado la “tortura antinatura” que le suponía esta
combinación acústica, a petición de su patrona Nadezhda von Meck comenzó la
escritura en 1881 de la “asociación
artificial” de unos “timbres
esencialmente individuales”. El trío exhibe todas las cualidades asociadas
al autor: longitud suicida, refulgente emoción, variedad y diversidad de
episodios bombásticos y retóricos, dinamismo e intensidad, armonías oscuras y
textura densa en muchos momentos, aspecto del que Tchaikovsky fue dolorosamente
consciente.
El
Trío adopta un estilo concertante al
margen de las corrientes camerísticas contemporáneas, con el piano como solista
y las cuerdas en el rol orquestal, y se articula en dos movimientos de enormes
dimensiones, el segundo de los cuales consta de dos partes:
I. La forma sonata del Pezzo elegiaco. Moderato assai—Allegro giusto superpone los motivos
temáticos en una sucesión orgánica y schumannesca:
La exposición como mezcla de conversación, contrapunto y doble melodía [primer
tema (cc. 1-37), puente (cc. 38-60), segundo tema (cc. 61-142)]; le sigue un
desarrollo de concepto improvisado, más una obsesiva repetición de elementos
que una verdadera transformación [sección a (cc. 142-170), sección b (cc.
171-261)]; el elocuente dúo de los instrumentos de cuerda (cc. 200-261, y que
puede ser visto como un tercer sujeto aparente) prepara la clave para la
literal recapitulación [primer tema (cc. 262-283), puente (cc. 284-304),
segundo tema (cc. 305-386), sección a (cc. 386-403), sección b (cc. 403-449)];
cierra con una agitada coda donde reaparece el motto (cc. 450-478).
II. A) Tema
con variazione. Andante con moto. Monumental suite de piezas independientes
basada en la metamorfosis de un folcklórico y elegante tema que es mostrado
periódicamente por el piano. Var. I: El motivo en las cuerdas; var. II: El
sujeto al cello sobre acordes al teclado y contrapunto staccato; var. III: scherzo con acompañamiento pizzicato;
var. IV: imitación a dos voces con tratamiento eslávico; var. V: evocación de
una caja musical sobre un bordón; var. VI: vals ligero amenazado por el piano;
var. VII: regreso triunfal al tema con excursiones de las cuerdas; var. VIII:
áspera fuga a gran escala; var. IX: meditación en sordina con arpegios
ondulantes; var. X: mazurca chopinesca; var. XI: regreso apacible del motivo,
enfatizado por el pedal.
B) Variazione
finale e coda. Allegro risoluto e con fuoco—Andante con moto—Lugubre. Constituye
de hecho un tercer movimiento en figura de sonata, festivo y jubiloso, donde el
sujeto de las variaciones hace de primer tema, siendo el segundo el motivo de
semicorcheas del puente del primer movimiento. Tras el inicio (cc. 1-9), Tchaikovsky
autoriza en la partitura un corte de 129 compases, lo cual permite enlazar
directamente con la recapitulación (cc. 138-242). Para cerrar el armazón
cíclico en la coda (cc.243-285) modula a la clave menor original antes de
colapsarse en una breve marcha fúnebre (cc. 286-298) como transformación del
lirismo en tragedia.
Sonido estrecho, inestable, chirriante,
procedente de una retransmisión radiofónica (Brilliant, 1948). Y sin embargo… escúchese cómo las variaciones comienzan en un tono
doméstico e íntimo, como si se estuvieran practicando en el salón familiar, o cómo
en la última variación Lev Oborin (piano) utiliza medio pedal para alargar el
sonido, evitar el conflicto en dinámicas, enriquecer el timbre e incluso crear
la ilusión de vibrato. La suavidad tímbrica de David Oistrakh (violín) y la diversidad de Sviatoslav
Knushevitsky (cello) se cohesionan
en un Oistrakh Trio de profundidad
emocional sin parangón, dinámico e imaginativo, comprensión delicada e intensa de
la obra: la oscuridad desolada en la reexposición del motto, la
rusticidad del bordón en la var. V, el aroma polaco de la mazurca.
Las carreras
individuales (sus egos) de Arthur Rubinstein (p.), Jascha Heifetz (v.) y Gregor Piatigorsky (c.) impidieron la creación de un grupo
permanente. Tras cinco años de contactos y negociaciones entre sus representantes,
la trinidad encontró tiempo durante
el verano de 1949 para ensayar y concertar tres partituras que fueron grabadas
el año siguiente por la RCA. “The
Million Dollar Trio”, como fue publicitado en la época, destila ese estilo antiguo de interpretar, rápido aún sin perder claridad, de espontaneidad
gozosa y un tanto superficial, la individualidad por encima de todo. El arranque posee la intensidad lírica de
un dúo vocal, pero enseguida el violín va espoleando los tempi hasta un finale apresurado, donde se perpreta el corte sancionado por el
compositor. La tímbrica dorada de las cuerdas, de inatacable afinación, se
hermana con una amplísima gradación de matices y un fraseo infinitamente
variado: valga como ejemplo el
vals que poco a poco baila a la moda vienesa. Sonido monofónico
seco, con escasa verosimilitud del piano y predominio del violín en la mezcla, una
prioridad maniática de Heifetz: “Una
grabación está desequilibrada si se puede escuchar el cello”.
Entre 1949 y
1959, cuando el grupo se desmembró por razones personales (el violín, cuñado
del piano, denunció al cello por
anticomunista), el trío formado por Emil Gilels (p.), Leonid Kogan (v.), Mstislav Rostropovich
(c.) era posiblemente el de mayor calado mundial. Iconos de sus respectivos
instrumentos, emparejaban virtuosidad técnica con sensibilidad artísitica de
primer orden; como conjunto su resonancia colectiva era telepática y de
resultados embriagadores, fraseo e inflexión emparejados. La aproximación es
apolínea, de simplicidad abstracta, con la expresividad restringida a una
melancolía siberiana. Eso sí, transmiten como nadie el reconocimiento del autor
de que la obra “es esencialmente música sinfónica transcrita
para trío”. La toma sonora refleja que la tecnología soviética en
los años cincuenta era puntera en fiabilidad (pensemos en su sensible ventaja
en la carrera espacial) aunque un poco más de atmósfera no habría estorbado en
la edición de Doremi.
A la grabación de concierto del año 1972 (Warner), no ya lejos de lo óptimo sino
directamente infame, plana y constreñida en frecuencias, se añade la acumulación
de notas falsas, invenciones varias y compases atropellados en la urgencia
física. El piano al que un Daniel Barenboim terriblemente
furioso machaca inmisericorde se ve afectado por el clima y va desafinándose
progresivamente, en especial en la alta
tesitura (var. V); la inspiración de Pinchas Zukerman coloca su violín cerca de
lo empalagoso, y el ardoroso abandono de Jacqueline Du Pré (c.) culmina en
fragor visceral. La fuga posee un dinamismo exuberante propiciado por la
interrelación de los intérpretes.
En 1988 un
inédito Beaux Arts Trio se rearmaba entre el pianismo persuasivo de Menahem
Pressler, la cálida tímbrica del violín de Isidore Cohen, más la novedad revitalizante
del violonchelo de Peter Wiley. La rápida integración de sus componentes dió
como resultado una autoridad calmada, una distinción aristocrática, una dicción
declamatoria. Evitando la crudeza melodramática, el énfasis se cita en los
cambios armónicos: detenga su atención
en la dramática transición al segundo tema, que retuerce el talante, o en
la delicadeza del fraseo de las semicorcheas en los cc. 275 y 277, o en el nada
pesante retorno del elegiaco sujeto
de apertura en el andante con moto. Cortan autorizadamente,
pero mantienen la variación fugada escamoteada en su primera e íntima grabación
(también para Philips, 1970).
Las continuas fluctuaciones mengelbergianas (quizás legítimamente tchaikovskianas, véase mi intuición en la entrada dedicada a la Sinfonía nº 4) son el rasgo esencial de la potente lectura del Borodin
Trio -Luba Edlina (p.), Postislav Dubinsky (v.) y Yuli Turovsky (c.)- (Chandos, 1990). La
intensidad excede al lirismo, las tímbricas
ásperas colman un fraseo contenido en breves ráfagas, expresivamente apasionado
y fervoroso, a ritmos lentos y paladeados.
Fuga académica, seguramente lo pretendido por el compositor como homenaje al
finado. Sonido asaz sólido, tímbricamente amaderado,
con un empaste muelle muy agradable de escuchar. También se permiten
prescindir del pasaje tenazmente repetitivo del allegro risoluto, pero al menos respetan la var. VII, omitida en su
primera grabación (Chandos, 1981).
Yefim Bronfman
(p.), Cho-Liang Lin (v.) y Gary
Hoffman (c.) descifran
una serie de intervenciones individuales con literalidad y eficiencia, sin
pretender ingeniar una actuación única e intransferible, pero compacta y muy
equilibrada, sin artificios añadidos y permitiendo respirar las frases. Destacan
las aportaciones anti-rutinarias de Bronfman: Mientras en la var. III la
tranquilidad clasicista de su piano evita las traicioneras aguas con una
juiciosa mesura de ritmo, en la var. IX evoca el minimalismo de un Carles
Santos (Bujaraloz by night). En el
restablecimiento del sujeto en la variación XI se elige mantener la inercia y
no se embarranca en un ritmo lento y sollozante (Sony, 1992).
Martha, Guidon y
Mischa formaron en 1998 un triunvirato de divos reunidos para la circunstancia y
en ocasiones parecen corroborar la escasa falta de coordinación. El tratamiento
individualista de los pasajes a solo no hacen sino prolongar la pobre sinergia,
y la velocidad excesiva provoca pasajes confusos e incoherentes. Tampoco
técnicamente se muestran inmaculados, ya que el frenesí se lleva la precisión por
delante. Argerich (p.) aprendió la pieza específicamente para este recital, y su
desenfreno fustiga a las cuerdas: El violín de Kremer repetidamente glosa y
comenta con pequeñas pero prominentes pinceladas la cuota del piano, y Maisky
hace gala de la intensidad de su bohemia apariencia. La partitura como punto de
partida, modificable en una ejecución a tempi
veloces y ardientes acentos jazzísticos: Var. III ágil y alada en sus acordes
con puntillo y rápidas figuraciones; acentos manieristas en la var. V y
desquiciamiento raveliano en la VI; la fuga chirría shostakovichiana, el Chopin
(la mazurca) personalísimo de Argerich desborda colorido y su retorno del tema en el finale es cataclísmico. Grabación en
concierto con parches realizados durante la madrugada del mismo (DG).
El efímero Kempf Trio estuvo compuesto por Freddy Kempf (p.), Pierre Bensaid
(v.) y Alexander Chaushian (c.), todos ellos jovenzuelos en el momento de la
grabación (Bis, 2002). Su temperamento intrépido interacciona permanentemente:
en la flexibilidad de tempo y fraseo
de la ubícua célula de cuatro notas en el pezzo elegiaco; en el pianismo reposado al comienzo del adagio con duolo e ben sostenuto (cc.
262 y ss.). Vivamente
coloreadas, las cuerdas van alterando el sonido para otorgar un carácter
diferenciado a cada una de las variaciones: en la destreza de las corcheas en la
var. III, en la mussorgskiana belleza de la var. IV, en la suave sordina de la
var. IX, en la delizadeza briosa de la mazurca, en el finale fogoso, en la coda dramática. A resaltar el respeto escrupuloso de las marcas metronómicas, algo que
Tchaikovsky requiere específicamente en la primera página de la
partitura. Holográfica toma sonora.
Es un placer escuchar cada una de las versionas y compararlas. Muchas gracias.
ResponderEliminarLas gracias a tí por el tiempo en leer y comentar.
EliminarThe first track of 15 Leningrad Philharmonic Trio is corrupted at about 3:30
ResponderEliminarYes, there is a minimum gap. And the backups are wrong as well. I'll try found another copy.
EliminarThanks for the advise.
Muchas gracias por hacernos volver a esta música maravillosa, la tenía un poco olvidada.
ResponderEliminarRecientemente he escuchado una versión estupenda, la de Shani, Soltani y Capuçon,no sé qué te parece. Me ha encantado.
De las que tú comentas me ha gustado mucho la de Gilels, Rostropovich y Kogan y la del Beaux Arts.
Un saludo desde Almería.
Carlos Alberto.
Muy personal la lectura que comentas, favorecida por el calor del directo.
EliminarY gracias por tu tiempo, Carlos Alberto.