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jueves, 1 de agosto de 2019

Bach: Suite BWV 997


La Suite en do menor (BWV 997) de Bach permanece envuelta en un mar de controversias y dudas. Tradicionalmente asignada como obra para laúd, hoy parece obvio que fue compuesta para (y probablemente al teclado de) un clave-laúd. No solo la copia más antigua aparece sobre dos pentagramas y no en la universal tablatura, sino que, además, no es ejecutable técnicamente sobre el laúd sin cambios fundamentales al texto: su tesitura es demasiado extensa (cuatro octavas y una quinta), la línea del bajo densa y arrebolada.
¿Sabemos de alguna ocasión particular en la que Johann Sebastian podría haber usado los legendarios Lautenklavier inventariados a su muerte? El laudista Sylvius Leopold Weiss pasó cuatro semanas en Leipzig en 1739 visitando al kantor, creando y ejecutando música conjuntamente. Pudiera ser que esta ocasión fuera el impulso o la consecuencia de la composición de esta especie de suite truncada en cinco movimientos:

I Prelude: Construcción rígidamente arquitectónica en forma de concerto y breves ritornelli, en tres partes: A (cc. 1-16); B, modulando a la subdominante (cc. 17-33); C, una elaboración intensiva concentrada en la expresiva apoyatura. Bach lo dota de tal magisterio que es capaz de respirar un aire de fantasía improvisada a dos voces: la aguda, florida y flexible; la grave, casi por entero en reposadas y sombrías negras.
II Bach sustituye las tradicionales allemande y courante por una densa e inusual fuga en simétrica forma da capo ABA: A) El sujeto de la exposición se eleva diatónico para desplomarse afectado por un acorde de séptima que se resuelve en una sucesión de grados ascendentes, melancólicamente cromáticos. Un segundo sujeto en forma libre invertida se añade desde el segundo compás, por lo que podría denominarse doble fuga (cc. 1-49); B) Una cadencia imperfecta introduce la sección media con disímil notación en métrica reducida, que es desarrollada con decisión durante 60 compases. A) Restitución literal de la exposición con los compases finales adaptados a acomodar un corto pedal dominante y una breve coda (cc. 110-158).
III Sarabande: Delicado lamento organizado en dos mitades de dieciséis compases, que comienzan con una brevísima imitación entre las voces para enseguida entregarse al flujo de las semicorcheas que contrasta con los pasajes acentuados con puntillo.
IV Gigue: Estilo francés en las joviales agrupaciones de cuatro compases, surcadas de suspiradas apoyaturas, la línea del bajo coloreada por numerosas disonancias en el pulso. Dos secciones, la primera de dieciséis compases, la segunda de treinta y dos, finalizando levemente acortada y armonizada.
V La virtuosa conclusión es una variación ornamental en semicorcheas (a double velocidad) del tema de la gigue con las que rellena sus huecos rítmicos mientras conduce con libertad la línea melódica y la base armónica.









Lautenklavier
Ninguno de estos instrumentos, semejantes al clave, aunque más ligeros y de menor tamaño, ha sobrevivido. Los manuales (dos o incluso tres) permitían el uso de plectros (de piel, imitando un dedo) a diferentes puntos de las cuerdas, resultando en un cierto control dinámico. La ausencia de apagadores se manifestaba en una resonancia natural de los pares de cuerdas (de tripa natural, gruesas y sometidas a baja tensión), afinadas una octava aparte en el tercio bajo de la tesitura, y al unísono en el tercio medio para asimilar la tímbrica del laúd, aunque en un rango más extendido.
Un retrato contemporáneo de un clave-laúd de Bach, fabricado según sus propias especificaciones, nos cuenta que “su sonido podía pasar por el de un verdadero laúd incluso a oídos de músicos profesionales”. Si optamos por creerlo, los instrumentos que se han realizado hasta el momento distan mucho de ese objetivo, aunque las lecturas sean apasionantes:

Gergely Sárközy utiliza una reconstrucción propia, partiendo de un clave nuevamente encordado, al que ha añadido una tapa de resonancia abombada y efectos de crescendi y disolución de registros. Con semejante engendro bastardo nos embarca en un viaje psicodélico, terriblemente imaginativo, con tempi arriesgados (11 minutos de fuga zen), continuos cambios de registro (algunos delirantes, como la tesitura grave moog), grupetti a doble tempo (cc. 21 y ss. del preludio), expresivos clímax puyanescos, y palpables cambios dinámicos. Gigue fuertemente perfumada y double experimental (Hungaroton, 1984).





La clavecinistamente articulada de Robert Hill destaca por su ornamentación rococó, decorada con mordentes y aderezada con trinos, sin variaciones de registros y textura limpia en agudos y contundente en graves (que llegan a lo angustioso en la sarabanda). La falta de apagadores propulsa una cascada de choques armónicos recogida de manera sublime en la toma sonora (Hänssler, 1994). Un Bach elegante, más cercano a la galantería de Carl Philippe Emmanuel que a la didáctica de Johann Sebastian.





Es conocido que Bach diseñaba sus manuscritos con las notas mínimamente desacompasadas en la vertical, quizá indicando cómo sonaba en su cerebro, tentando al intérprete a liberarse del pulso métrico. La continua desincronización de las manos de Elizabeth Farr rompe la mayoría de los acordes, aportando un hipnótico aire de fantasía y de extraordinaria dificultad técnica, muy elástico textural y rítmicamente… y que en la danza conclusiva naufraga en una lenta y distendida improvisación. Rolan también con frecuencia las tímbricas proporcionadas por el gran instrumento de tres manuales, cuyas cuerdas vibran por simpatía en cada nota, como describe con minuciosidad puntillista la grabación (Naxos, 2007).





Laúd
La línea aguda está anotada fuera de registro (hasta el fa³ en la double, un valor que raramente se ve en la escritura bachiana sobre el teclado), con acordes de octava que el laúd no posee. Por ello es necesario el uso de trasposiciones, simplificaciones y afinaciones alteradas.

No solamente este es el repertorio técnicamente más dificil para el laudista (la línea del bajo ha de ser ejecutada únicamente con el pulgar, que no solo ha de tocar, sino parar las vibraciones y evitar las resonancias), sino que además la tensión de sus cuerdas es una pesadilla: Johann Mattheson confesó allá en 1713 que “si viviera ochenta años, me habría pasado sesenta afinando el laúd”. Hopkinson Smith basa su propuesta en las gradaciones expresivas, dando a cada movimiento un carácter personal: escuchemos por ejemplo como en el arranque del preludio (cc. 1-3), Hoppy realza la longitud de la primera nota del bajo de cada compás y acorta cada cuarto pulso (en vez del prescrito negra-silencio-negra realiza blanca-semicorchea). Dado que la duración de una nota en el laúd persiste mientras la vibración continúa o hasta que otra nota es tañida en la misma cuerda, la resonancia de los graves en la fuga tiende a emborronar ligeramente la textura armónica y contrapuntística. La libertad agógica se plasma en un pacífico rubato, si bien la regularidad rítmica de las danzas se difumina en la introspección (penumbrosa la sarabanda). Instrumento debido al hacer de Joël van Lennep, a cuyas siete órdenes de cuerdas superiores se unen otras seis de bajos que no pasan sobre el mástil, afinadas diatónicamente para ajustarse a la clave de la pieza, en este caso un traspuesto la menor, que crea una resonancia oscura y rica de armónicos que la toma sonora recoge en cercanía (Astrée, 1981).





El resto de lecturas parecen estériles a su lado: la desangelada de Junghanel (DHM, 1988), la monástica de Egüez (MA, 1999), la uniforme de Crugnola (Nova Antiqua, 2016), la pirotecnia virtuosa de Imamura (Naxos, 2016). Nice try, but no cigar.


Guitarra
Durante la segunda mitad del S. XX los guitarristas transcriben, simplifican (perdiendo riqueza armónico-textural) y adoptan las suites como repertorio nativo. Julian Bream es responsable de la primera grabación íntegra de la pieza en su Bouchet de 1960: las asimétricas barras armónicas, en número de cinco y orientadas en abanico, disciplinan el movimiento interior de las ondas sonoras desde la boca hacia la barra que refuerza el puente. De esta manera se obtiene una resonancia más duradera, clara y homogénea, pero menos explosiva. Independizándose de la escuela española imperante hasta entonces (Segovia, Yepes), Bream explora tímbricas contrastadas como resultado, no de sprezzatura, de estudiado disimulo y ligereza, sino de esfuerzo y tensión que desfiguran la naturalidad bachiana, alternando la posición de la mano derecha, acercándola al diapasón para lograr un timbre suave y bajándola hacia el puente para conseguir un ataque con mordiente. Destacar como ejemplo de retórica la extática sarabanda, donde a) enfatiza el primer pulso de los cc. 6-7, y b) en las líneas ascendentes de los cc. 9 y 11 se toma pequeños respiros después de cada tercera semicorchea. Como anacronismos hipertextuales se pueden citar la métrica rígida, la ausencia de embellecimientos, o las dinámicas con verdaderos crescendi y diminuendi. Grabación a la moda de 1965 (RCA), con imponente proyección.





En las pausas de sus conciertos John Williams suele disculparse ante el público contando la archisabida (medio) broma: “Un guitarrista afina el 90% del tiempo; el resto toca desafinado”. Para esta grabación (Sony, 1974), influencia de una generación entera de músicos, Williams utilizó una guitarra de Ignacio Fleta de 1972, apartada de la ligereza de la escuela Torres, un instrumento de mayor rigidez y volumen que añade diversas varillas y barras armónicas a las tradicionales; el resultado es un sonido denso y potente, permitiendo una enorme amplitud dinámica sin enfatizar el carácter percutivo. Con una mano izquierda que, a pesar de su intención consciente, no logra ser completamente silenciosa, su precisión inhumana impulsa un empuje gouldiano en el raudo preludio, donde una sutil variación rítmica se aparta de lo metronómico. El discreto empleo del vibrato pinta de expresividad la sarabanda, aunque la sequedad aflora en determinados momentos. El colorido del cedro emerge de la íntima toma sonora.





Göran Söllscher emplea una guitarra alto de 11 órdenes desarrollada por Georg Bolin en los años 60, cuyas seis primeras cuerdas están afinadas a la manera del laúd renacentista, una tercera menor más alta que la guitarra tradicional. El placentero registro grave se logra con la adicción de cinco cuerdas extra que permiten la interpretación de la suite sin comprimir la tesitura. Cultivado, refinado estilísticamente, discretamente ornamentado (a excepción de las dos fermatas del preludio, y algún embellecimiento en las repeticiones de las danzas), Söllscher consigue una fuga delicada, exquisita y preciosista, de lentitud parnasiana, rompiendo los acordes con una placidez doliente, revelando su arquitectura con la expresividad contemplativa en fraseo y métrica. Revelador el pasaje de pedal organístico bajo los cc. 35-37 de la double (DG, 1983). Como (excelente) alternativa podemos citar la gama de graves dinámica, firme y resonante, la elasticidad de fraseo, los tempi pausados, la ornamentación leve y elegante, la limpieza en la ejecución de Stephan Schmidt (Naïve, 2000).





A sus veinte primaveras, Paul Galbraith decidió en 1984 buscar una postura más natural y confortable a su guitarra, sujetándola entre las rodillas y ubicando el traste casi vertical, en una actitud similar a la de los violonchelistas. A partir de aquí, el paso obvio fue adaptar una pica a su instrumento, y para maximizar su difusión, una caja de resonancia. La exigencia de las obras de Bach le hicieron concebir un paso más, rodeando con dos cuerdas las seis tradicionales sobre diapasón y puente asimétricos, con los trastes abiertos en abanico. El apoyo del mástil en el hombro libera su mano izquierda de las coreografías requeridas en la fuga, entrelazada sin respiro desde el preludio con un arpegio conclusivo abreviado. Las cuerdas extienden la tesitura hasta las cuatro octavas sin tener que bajar y subir continuamente por el diapasón, por lo que la toma sonora no recoge ruidos de los trastes (Delos, 1999). Cristalino concepto contrapuntístico diferenciando las líneas en volumen y articulación, ornamentado con imaginación en las repeticiones. Lectura precisa y apolínea, a ritmos regulares (quizás algo encorsetados), que desvela la vena pedagógica que siempre acompaña la música bachiana.





Flauta y bajo continuo
La inusual distancia entre bajo y soprano en la partitura de la suite plantea incertidumbre en torno al destino instrumental de esta composición. Aduciendo el parentesco de la misma con otras obras para flauta (BWV 1013, BWV 1079, BWV 1030) diversos musicólogos han propuesto que la tesitura, el carácter, la rítmica y las pocas ligaduras de fraseo son características de las composiciones bachianas para ese instrumento.

Las voces se reparten entre Hugo Reyne (línea superior en su rango original para la flauta de pico tenor, también conocida como flauto d’amore), Emmanuelle Guigues (viola da gamba como línea melódica del pentagrama inferior), y Pierre Hantaï (clave como entramado armónico). De fiato inextinguible, la rica tímbrica de la flauta es capaz de diferenciar roles en los diferentes movimientos, entre lo contenido y lo expresivo (con menor peso), y evita ornamentaciones, excepto en la muy florida fermata del preludio. El clave adopta un necesario rol concertante ante la polifonía de la fuga mientras se limita a un discreto entintado armónico en las danzas, muy marcadas rítmicamente. La toma sonora profesa una implementación piramidal (Mirare, 2006).






Otros Teclados
La partitura de la fuga acusa unas distancias tan notables entre las notas (acorde de duodécima, c. 66) que no resulta ejecutable sobre teclados (salvo anatomía rachmaninoviana). La disparidad de criterios es en este caso agridulce:

No solamente está documentada la participación de Bach en la asesoría técnica, promoción y venta del instrumento denominado “piano et forte”, sino que en 1733 ya lo interpretó en público en el Café Zimmermann, y es muy probable que poseyera uno en su domicilio desde entonces. Luca Guglielmi ejecuta una copia moderna de un Gottfried Silbermann de 1749, con una estructura férrea muy pesada que soporta un entramado de cuerdas dobles a gran tensión que alcanzan una tesitura de cinco octavas. El prelude contiene dos fermatas que Guglielmi ornamenta con cadencias libremente improvisadas. Los arpegios resuenan con largueza y el registro medio a veces oscurece la línea grave. Sin embargo, la lectura es en conjunto poco convincente, con tempi cautelosos y aburridamente legato, cuando la factura de Bach al fortepiano no debería diferir de su interpretación al clave, ya que si hubiera compuesto específicamente para el nuevo instrumento sin duda la escritura hubiera sido diferente (Piano Classics, 2013).





La estampa cuidadosamente desordenada de Jean Rondeau genera asombro por la madurez de sus producciones. Alumno de Blandine Verlet desde los 6 a los 18 años, ha heredado de ella el amor por las pausas agógicas, gustosas, pero no excesivas. En el espacioso e íntimo preludio otorga una gravitas, una cierta pereza deliberada en el cuidado tímbrico, en el aliento legato, con la que consigue exponer de manera cristalina y colorida la estructura de la composición. Una verdadera maravilla, una obra de arte absoluta. La ventaja técnica que supone un teclado le permite imponer un tempo veloz en la fuga, con un trazo equilibrado de las voces e independencia de las manos. Las danzas se ornamentan juiciosas en sus libertades rítmicas, arpegiando algunos acordes y saboreando las disonancias de otros, integrándose en una narrativa de fraseo elegantemente improvisado, fluctuante y fascinante. La grabación del clave presume de cálida resonancia en la tesitura grave y engendra un soporte armónico excelente (Erato, 2014). Un intercambio dúctil, una queja asfixiante, un riesgo carnoso y consolador.



jueves, 1 de octubre de 2015

Weiss: Ciaconna

Como en el caso del clave y la viola da gamba, la delicada y poética obra para laúd, determinada por las características inherentes al instrumento y fiel a su propio género, pasó de moda rápidamente cuando se encontraba en su punto álgido de técnica interpretativa, repertorio y metodología constructiva, quedando confinada a un selecto grupo de devotos. El más destacado de todos ellos fue Sylvius Leopold Weiss (1687-1750), que escribió únicamente para el laúd (más de 600 composiciones) e innovó el instrumento añadiéndole 2 órdenes más, hasta alcanzar el número definitivo de 13. Su estilo tiende un puente por encima de la escritura italiana, entre los melancólicos franceses y los románticos germanos por venir: su cantabile asemeja a veces un soplo shubertiano. Estrictamente contemporáneo (y amigo durante décadas) de J.S. Bach, y socialmente considerado en mucha mayor estima, Weiss viaja incesantemente por las cortes europeas como concertista virtuoso, refinado y elegante.
La Ciaconna en sol menor, compuesta originalmente como conclusión a una estilizada suite de danzas al estilo francés, puede ser considerada el adiós a un viejo estilo, estructurada en variaciones sobre una base ostinata: Tema (compases 1-7); 1ª variación (cc. 8-14); 2ª v. (cc. 22-28); 3ª v. (cc. 36-42); 4ª v. (cc. 50-56); 5ª v. (cc. 64-71); 6ª v. (cc. 71-75); 7ª v. (cc. 78-84); 8ª v. (cc. 92-96); coda (cc. 97-106). En ella deambulan la ambigüedad de las diferentes realidades rítmicas debidas al artificio técnico, el carácter improvisado, los originales efectos sonoros, los pedales sorprendentes, las dramáticas suspensiones, las frases largamente elaboradas, las osadas modulaciones, el uso activo del dedo a (mención a su particular notación en tablatura, un sistema que indica la situación de los dedos, casi un misterio para el resto de músicos) que dicta la amplitud de los intervalos, la ornamentación implícita… Las numerosas cuerdas vibran por simpatía, prolongando, enriqueciendo y diversificando infinitamente la armonía de una manera no aparente en una primera lectura de la partitura. Todo ello forma parte de la estética de estas células temáticas en permanente evolución que regresan como símbolo de los últimos resplandores del laúd.








Göran Söllscher emplea una guitarra específicamente construida, sus 11 cuerdas (incluyendo las graves extras requeridas) afinadas como en un laúd renacentista para no tener que recurrir a la transcripción. Con firmeza rítmica aunada a sutiles matices en el tono y el fraseo, Söllscher se aleja del brillo virtuosístico (que la obra no requiere) en favor de la meditación. Las texturas polifónicas destacan por la resonancia mantenida de las notas pedal en el grave (4ª variación). Articulación serena y acentuación oleica, dentro de un timbre seco pero claramente proyectado. Sonido natural y equilibrado, con leves distorsiones y ruido de fondo (DG, 1982).





El laúd barroco de trece órdenes (o pares de cuerdas) construido en familia por José Miguel Moreno y su mujer Lourdes Uncilla a partir un modelo de 1727 ejemplifica la filosofía del intérprete: “Lo que me sorprende está bien, pero prefiero lo que me conmueve”. Para ello emplea una pulsación febril, diversificando los ataques, acá dulces, allá acerados, con frecuentes arpegiados y rubati, y sutiles ornamentaciones al término de cada variación que hacen honor al título del disco: Ars Melancholiae. De personalidad acusada, increíblemente autodidacta, más que traducir Moreno respira las pausas y declama las notas, adaptándolas al constante fluido del contrapunto (bachiano, o viceversa). Toma sonora muy cercana, realizada por el propio instrumentista en la cripta de su casa escurialense, que conlleva ocasionales congestiones (Glossa, 1993).





Björn Colell utiliza un laúd barroco de trece órdenes a partir de un modelo de 1734. Con menor expresividad y utilización de dinámicas, íntimo pero sin sentimentalismos, explora el espectro tímbrico con variedad y faculta la resonancia natural de las cuerdas permitiéndonos escuchar su diálogo y las superposiciones sonoras que contienen armonías ocultas. Apropiadamente al sesgo interpretativo, la distante y cálida toma pierde en abrazo sonoro lo que gana en fidelidad (Cavalli, 1993).





István Kónya remarca el contraste en tempo y espíritu entre tema (como buen discípulo de Satoh rompe muchos de los acordes, dramatizando y marcando rítmicamente la obra cual danza) y variaciones, algunas de éstas de articulación desenfrenada. Y como el japonés, enfatiza la delicada pausa en el c. 96. La coda la hace toda arpegiada, resultando, ¡oh, sorpresa! en una inesperada y última variación. La atmosférica grabación (Odium, 2001) recoge la larga resonancia del templo de Somogybükkösd, pero perjudica la nitidez del laúd barroco.





Durante más de una década de investigación académica, Michel Cardin tomó la dolorosa tarea de reconstruir el así llamado London Manuscript, documento conservado en la British Library que agrupa 237 piezas debidas a Weiss. A partir de la estructura musical (alternancia de motivos melódicos y progresiones cordales) Cardin resuelve que la Ciaconna en sol es un dúo (la parte de la flauta desaparecida, o tal vez asociado a violín u oboe), aunque deja abierta la posibilidad de interpretarse a solo variando las secciones cordales con arpegios y ornamentación. De esta manera, y (honestamente reconoce que) en atención al lirismo interpretativo y no a reglas musicológicas, compone otra línea para flauta: atención, en las notas al disco Cardin declara desenfadadamente que encuentra inspiración para sus arreglos en el ¡pop psicodélico de King Crimson! La delicadeza de pulsación del laúd de doce órdenes de 1730(c.) combina perfectamente con Christiane Laflamme (flauta travesera barroca de contribución restringida), que interviene en la presentación y reapariciones del tema; en ocasiones se presenta en forma de canon (6ª y 8ª vv.), en otras (en temas fácilmente predecibles) vuela sobre un cromatismo galante para sorprender y especiar el vocabulario musical tradicional. Toma equidistante a los instrumentos, rica en timbres y resonancia (SNE, 2004).





En la tumba de Weiss está grabada la sentencia “Sólo Sylvius debe tocar el laúd”. Afortunadamente Jakob Lindberg hace caso omiso y nos deleita con su laúd barroco de trece órdenes que posee una serpenteante extensión del mástil para permitir una mayor longitud de las cuerdas graves en beneficio de un timbre rico y poderoso. Con libres, pero sutiles contrastes dinámicos en acentuación y articulación, reinventa la frase en las repeticiones del tema (cc. 43 y ss.). Toque suave y expresivo, dando a la pieza una elegante gravedad no exenta de sensualidad como punto de apoyo a la esencia intelectual del mensaje, balanceado entre la introspección poética y el brillo de la narrativa retórica. Arpegiando, difumina con elegancia el primer pulso disonante del c. 77, de rompedora armonía, y ornamenta con largueza y buen gusto el compás final. Cuidado equilibrio entre la cercanía del detalle y la huida de la congestión (Dux, 2006).





En 1727 Ersnt Baron observó en su Investigación histórico-teórica sobre la práctica del laúd que Weiss era el modelo ideal para los laudistas ya que su estilo era “el más sonoro, galante y perfecto”. Toyohiko Satoh ha ido moldeando sus interpretaciones a lo largo de siete décadas en sus estudios de artes japonesas tradicionales tales como el Teatro No, la Ceremonia del Té, o la meditación Zen. Así pues, se parte de una filosofía basada en el silencio, que va desgranando la música de manera contemplativa, a tempo muy lento, con la espiritualidad absorta en sí misma, interiorizada en el mosaico de acentos, en la aderezada inventiva de ornamentaciones y la flexibilidad de los rubati. Arpegia la mayoría de los acordes en los retornos del tema, y en las escalas ascendentes de la v. 5 parece suspender el tiempo. Su laúd, original del S. XVII, posee sólo once órdenes, por lo que la pieza se ha debido de ajustar para acomodar la diferencia al de trece órdenes para el que fue compuesto, una práctica común en el Barroco. Pluscuamperfecta grabación que recoge el esfuerzo del venerable instrumento (Carpe Diem, 2014).