miércoles, 7 de junio de 2023
Schumann: Piano Concerto
viernes, 13 de enero de 2023
Mozart: Symphony no. 25
Tras sus múltiples periplos por Italia, exitosos pero infructuosos económicamente, la empresa Mozart & Sons™ marchó a Viena en busca de un patrón para el joven Wolfgang. Allí el adolescente quedó tan impresionado con la corriente rabiosamente contemporánea Sturm und Drang que a la vuelta a Salzsburgo en 1773 compuso su propia “tempestad y pasión”, su única sinfonía hasta la fecha en clave menor. Manteniendo la estructura formal clásica, la elegante inventiva de cuerdas, oboes, fagotes y trompas (en dos parejas afinadas en su propia tonalidad) permite una fecunda gama de colores. Los desarrollos temáticos que recorren toda la partitura se conectan entre sí en un juego constante, complejo y unitario de melodías, ritmos y armonía.
74 lossless recordings of Mozart Symphony no 25 (Magnet link)
Aquellos lectores acostumbrados a la transcripción para orquesta sinfónica (germánica) se pueden sentir defraudados o/e iracundos debido a mi estrechez (cartesiana y camerística) de miras. Los sospechosos habituales (Klemperer & Co.) complementarán (de manera ¿admirable? ¿sediciosa?) la discografía escogida.
La integral sinfónica mozartiana debida a Christopher Hogwood (L'Oiseau Lyre, 1979) significó una locomotora para el negocio discográfico historicista, ya que apuntaba al corazón del repertorio establecido. Desde luego que dejar atrás la tradición (se abandonan la línea melódica dictada por los primeros violines y la textura monolítica) no será del gusto de todos, pero la escucha destella retadora. The Academy of Ancient Music, dispuesta antifonalmente (9.8.4.3) con Hogwood dirigiendo desde el clave, es técnicamente poco refinada, su expresividad discutible, conservadora en los ritmos. La ausencia de vibrato (del que Leopold Mozart advertía sobre su generalización, pero reconociendo su efecto expresivo y ornamental) sirve para desnudar la textura.
La Sinfonía nº 25 fue juzgada muy severamente por
Leopold, quien escribió en una carta de 1778: "Lo que no honra es mejor no ser conocido. Por eso no he entregado tus sinfonías
a nadie, sabiendo a partir de ahora que tú mismo, por más que estés satisfecho
con ellas cuando las escribiste, con el paso de los años, cuando hayas madurado
y adquirido discernimiento, te alegrarás de que nadie las haya visto”. Ton Koopman tiene mejor opinión, y tras un neurótico (y casi beethoveniano)
primer movimiento donde ya las prominentes maderas desacatan el tribunal de las
cuerdas (de fatalismo hermanniano), destaca muy expresivo el patrón de apoyatura del tema principal en el tranquilo
andante, continúa con un fraseo
aristado en el minueto (y trío, éste diferenciadamente rápido), permitiendo en
el trepidante último movimiento matices y sombreados, con los acentos
cuidadosamente colocados. La Amsterdam Baroque Orchestra (Warner, 1988) delinea
una delicada y precisa articulación, enérgica y ágil, de dinámicas variadas, con
las maderas amenazando y consolidando el bajo continuo.
La primorosa puesta en escena de Jane Glover resalta los tormentosos arpegios (los llamados “cohetes de Mannheim”) y las cuerdas
sincopadas que dejan el testigo a un melifluo oboe coaccionado por el latido
inquieto del bajo; subraya el intercambio dialéctico entre las apoyaturas de añoranza y tristeza que van
de un lado a otro entre los violines silenciados y los fagotes obligados en sus armonías y anhelantes pulsiones rítmicas en el andante; y hace descansar el plácido minuet sobre el soporte armónico de las
trompas. La London Mozart Players (ASV, 1990) abarca el
escenario sonoro, los atriles están convincentemente equilibrados sin recurrir
a resaltados artificiales, y los graves tienen una agradable plenitud que a
menudo falta en las grabaciones de pequeños conjuntos. La reverberación nubla tanto solidez como transparencia.
También de tempi
muy relajados es la lectura de Trevor Pinnock comandando a The English Concert (6.6.4.3). La acentuación correcta y elocuente,
de ritmos contagiosos, es menos ardiente en los movimientos exteriores, pero
deja más espacio a la gracia lírica, por ejemplo, en los largos arcos de los
oboes. Interpretación sin artificios, casi tradicionalista, que combina una
articulación ligera con el cuidado de la línea de canto (las frases siempre
respiran) y los detalles internos. No hay (lo que en 1993 se entendía como) rarezas
ni exageraciones. El andante crea un ambiente de serenata
nocturna, susurrando cálidos suspiros: cada
grupo instrumental, en lugar de pasarse la melodía, interrumpe antes de que el
otro termine. El trío tiene una intimidad
camerística, con los intérpretes escuchando atentamente y respondiendo unos a
otros. Hay pasajes en los que se incorpora un discreto continuo al clave. Una moda
aterciopelada y resonante que ha digerido tres décadas desde su grabación (Archiv,
1993) de una manera admirable.
No así el legado discográfico de Nikolaus Harnoncourt, que
está quedando parcialmente obsoleto y avejentado. El Concentus Musicus Wien (DHM, 1999) despierta molesto en un allegro rebelde, donde el fraseo se reinventa
desde los gruñidos. El mal humor del andante
retrata un claroscuro pictórico, el minuet se impulsa adusto y
rústico (violento el cambio respecto al trío, mucho más lento), y el finale estalla desafiante y acalorado. Abundan
los familiares harnoncourtismos abrasivos –las envenenadas distensiones
de tempo, las pausas añadidas, los
timbres punzantes, incluso estridentes– emulados en mayor o menor medida por
los practicantes de la época. Un secreto sottovoce: la versión de 1983 con el
Concertgebouw de Amsterdam es verdaderamente sensacional.
Jaap Ter Linden participó en 1988 (parece que poco
permeable) en la grabación de Koopman. Dirigiendo la Mozart Akademie Amsterdam
(recogida con sonido mate por Brilliant en 2002) domestica aquella expresividad,
barroquizándola sin la distinción atribuída al clasicismo mozartiano posterior. Apunto la afinación agria, la
interpretación descuidada, los contrastes insuficientes de la gama dinámica y los
tempi demasiado estables. Lo mejor es el minueto fatalista y oscuro, con unísonos severos, toques de cromatismo y súbitos
ataques, contrastando con un dulce trío que silencia las cuerdas, como una flor tardía del estilo galante.
Jérémie Rhorer presenta a Mozart apasionadamente, pero no ya como un hijo del rococó. Con potencia y riesgo controlados, las detonaciones de las trompas aportan un temperamento furioso, aglutinando el sonido orquestal. En el allegro sobresalen los titubeos en el gracioso imitativo entre los violines I y los chelos. En el meditativo movimiento lento realza con gran efecto la diferencia entre los violines con sordina y las cuerdas graves sin ella. El gran contraste dinámico en el tema del minuet le deja un tanto desvalido, desprovisto de necesidad interior. Le Cercle de l'Harmonie (5.5.4.3) documenta la arquitectura de la música sin apenas ecos (Virgin, 2008).
El declive de la improvisación como elemento central en la vida de los conciertos y la división definitiva de los músicos en intérpretes y compositores ha fomentado las interpretaciones, así como las ediciones, basadas en lecturas literales del texto del compositor. Esto fomenta un enfoque pietista de una música cuya sustancia real es teatral y no decorativa, ya que Mozart era ante todo un dramaturgo. Las afiladas cuerdas de la Orkester Nord (5.4.2.2) no son las más unánimes, pero Martin Wahlberg las hace dialogar en una especie de efectista ópera cómica. Punto clave es la suave ornamentación de los vientos (otorga al oboe en el allegro inicial un carácter burlesco), y el empleo de cuatro fagotes da solidez al grave, reforzado por los contrabajos. Maravillosas las apariciones espectrales de un pianoforte que se manifiesta desde el Hades en las repeticiones. Con tal frescura e impulso resulta natural que el trío repose a mitad de velocidad. Las disonancias alentadas por las satánicas trompas manchan el loden salzsburgués con la grácil imperfección de sus colores (Aparté, 2021).
In this episode from great series Building a Library, reviewer Chris de Souza analyzes a colourful bunch of Mozart Symphony no 25 in g minor for the instruction of the BBC listeners.
jueves, 24 de diciembre de 2020
Haydn: Sinfonía nº 6 Le Matin
El
posicionamiento en 1761 de Franz Joseph Haydn como Vice-Kapellmeister de la familia Esterházy comenzó una relación feudal
que duraría medio siglo: a cambio de salario, comida, alojamiento y seguridad
social se le obligaba al cuidado de los instrumentos, supervisar la conducta y
vestimenta de los miembros de la orquesta, y destinar con exclusividad sus
nuevas composiciones al disfrute de Su Alteza. La primera obra que el nuevo
director musical planteó al pequeño conjunto (una quincena de intérpretes,
todos ellos de gran nivel técnico) fue la Sinfonía
nº 6, La Mañana, dentro de una
trilogía programática junto con la nº 7, El Mediodía y la nº 8, La Noche. Es un híbrido festivo, una lucha
ágil y constante entre elementos barrocos y neoclásicos, entre el antiguo concerto grosso y los elementos sinfónicos,
una dialéctica de fuerzas que construye una síntesis original y de
incalculables consecuencias.
Todavía
atado al mundo emocional del pasado, Haydn contempla el futuro en la estructura
de sus cuatro movimientos:
I Adagio-allegro: Tras una introducción (compases 1-6,
representando el amanecer, algo que ya vimos en La Creación) en la que a la figura del primer violín se van
incorporando capa a capa el resto de partícipes de pianissimo a fortissimo, el
movimiento despierta y transcurre dentro de una pastoril forma sonata, con exposición
de primer y segundo temas (cc. 7-47), desarrollo (cc. 48-86) y recapitulación
(cc. 87-118). Al final del desarrollo, el célebre ingenio de Haydn se
ejemplifica con la trompa solista que, como por error, repite la apertura de la
melodía de la flauta, anticipando por dos compases la recapitulación.
II Adagio simétrico para cuerdas, en el que queda
encuadrada una sección andante con galantes
diálogos de violín y violonchelo (cc. 14-105) entre dos pequeños adagios corellianos, el último una
perorata solemne, casi como una sonata da chiesa.
III: Siguiendo el espíritu de los nuevos tiempos, Haydn introduce un Menuet que
arranca con gravedad francesa (cc. 1-34), dando cabida a elegantes
embellecimientos en la flauta acompañada por los violines, así como a una
fanfarria que conduce al trío en re menor (cc. 35-64), con su quejumbroso
coloquio de fagot, violonchelo y viola rodeados de un coro pizzicati.
IV: El Allegro
final es otra contundente y apuesta sonata, de carácter concertante y métrica
ligera, articulada en la alternancia de solos - flauta, violonchelo y violín -
y todo ello bajo la bandera de un nuevo dinamismo sonoro ondeando sobre textura
de divertimento.
Aunque no se le pueda otorgar el título
de inventor, Haydn merece el
crédito de haber desarrollado la sinfonía (e igualmente el cuarteto de cuerda)
en términos de forma, contenido musical e instrumentación del género tal como
lo conocemos hoy.
Desgranemos
brevemente algunas de las versiones clásicas como la de Anthony Collins (Boyd
Neel Orchestra, Cameo, 1955), cuyo fantasioso clave sale del armario y toma el
protagonismo en el desarrollo (cc. 58-65); más convincente es Karl Ristenpart (Rediscovery,
1966), que, al frente de las dieciséis cuerdas de la Kammerorchester Des
Saarländischen Rundfunks, fue pionero en la ejecución de la música anterior a
1790 (sin despreciar una importante contribución a la música contemporánea, en
un caso similar al de su compatriota Hermann Scherchen). Vital y chispeante, a tempi vivos, con una apertura luminosa.
La ausencia de continuo se argumenta
(entonces y ahora) en que Haydn era el único teclista empleado en la orquesta
Esterházy, y dirigía desde el violín, según la tradición vienesa. Tampoco se han
conservado indicios verbales o autógrafos de la adicción de un clave, ni está
implícito en la armonía de la obra.
Al otro lado del Telón de Acero, Günter Herbig tiene derecho al reconocimiento por sus jubilosos tempi, el mordiente en los ataques, la atmósfera rural, el discreto y sabiamente empleado continuo (Berlin Classics, 1973). Herbig resalta los solistas de la Staatskapelle Berlin para acercar la obra al concerto grosso. El menuet (término, junto al título de la obra, que refleja el afectado gusto francófilo de la época) es, correctamente, poco más rápido que el andante, ya que el metro ¾ está lastrado por corcheas y semicorcheas. Además, rehúsa la tradición de ralentizar la sección trío, confirmando su esencia danzable.
Haydn se ha
beneficiado en gran medida de las interpretaciones que apuntan a recrear los
colores, equilibrios y articulaciones de finales del S. XVIII. El enfoque
historicista ha variado el ataque y el vibrato, y ha facilitado la expresión del
portamento y la messa di voce. El
resultado sonoro es menos confortable y más fiero, sus asimetrías menos mozartianas
y más vivaldianas. Para ser honestos, cuando comencé a escuchar el Haydn de Trevor
Pinnock adoraba sus pulsos amables y timbres afilados. Ahora, al comparar su
individualidad con otras muchas interpretaciones, he decidido revisar esta
evaluación. En el año 1986 The English Concert compartía gran parte de sus músicos
con The Academy of Ancient Music y tal vez por ello sufre en esta grabación Archiv de hogwooditis
aguda: anemia galopante, pálpitos en la línea melódica y congestión del fraseo.
El conjunto de cuerdas (4.4.2.2) se empasta en una delicadeza tímbrica que es
casi endotérmica comparada con las anteriores, sin que compensen la separación
antifonal de los violines ni los coloristas vientos, demasiado integrados en
los tutti. La regularidad pedagógica
en la cuerda grave, la articulación mecánica y falta de flexibilidad, la rítmica
sin fluidez..., dan como resultado un andante laborioso, un menuet palaciego y civilizado, y un finale dibujado y pulido con cuidado, pero de expresión pobre.
La primera
diferencia con Nikolaus Harnoncourt es de escala. El Concentus Musicus Wien se
presenta con un masivo cuerpo sonoro sin resultar anacrónico y apenas
confuso en los tutti, aunque es cierto
que en la apertura se fuerza la monumentalidad de una Creación casi cuatro décadas posterior. La imaginación de
Harnoncourt roza la ocasional idiosincrasia, como el énfasis en la primera
barra de compás, el despreocupado andante,
o la retención del trío dentro del burlón menuet. Impredecibles
también el continuo mediterráneo, el toque de aspereza en la cuerda (escúchese el
desarrapado violín en su entrada en el adagio), los choques
armónicos destacados, la articulación vengativa staccata, el detallismo intervencionista en detrimento de la línea,
casi bernsteniano en los embellecimientos sutiles pero grotescos (Teldec,
1990).
Robbins Landon recomienda en su antológica Universal Edition el empleo del clave en
aproximadamente las primeras cuarenta sinfonías. A favor de su uso está
documentada su utilización puntual en la Viena contemporánea sin parte escrita
explícita, algo que Haydn habría podido realizar con facilidad al vuelo; además
se plantea la difícil posición en que hubiera quedado el insigne Luigi Tomassini
como Konzertmeister de la orquesta Esterházy si el compositor hubiera usurpado su puesto. Roy Goodman
(y muchos otros antes que él) propulsa
al continuo (activo, pero no intrusivo) los ritmos en un estilo intensamente
dramático, sobreenfatizando los pulsos fuertes, silvestre en el allegro inicial, robusto y retozón en el
menuet. The Hanover Band (Hyperion,
1991), dispuesta en configuración antifonal, muestra un colorido muy variable gracias al exuberante
aporte de los vientos, cuya
diversidad e informalidad de los decorados solos paréceme comparable al Concierto para orquesta de Bartók.
Las credenciales haydinianas de la Lausanne Chamber Orchestra fueron firmemente
establecidas por la estupenda serie de óperas conducidas por Antal Dorati. Bajo
la dirección de Jesús López-Cobos (Denon, 1991) despliega las grandes
posibilidades de exhibición instrumental, escritas por Haydn no solo para complacer
diplomáticamente a sus músicos, sino también por el beneficio económico, ya que
el príncipe Esterházy recompensaba financieramente cada uno de los solos. Registro
sobresaliente por su estupenda sonoridad moderna, muy espacial, con escultórico
protagonismo de los vientos, la disciplina y el control, si bien capaz de introducir
felices elementos de duda, como el fagot en el c. 53 del menuet, o destacar la fermata o pausa, característica del lenguaje
haydiniano y utilizada por vez primera aquí.
La orquesta Esterházy constaba de unas nueve cuerdas (3.3.1.1, acaso ampliando
extraordinariamente a 4.4.2.2 por miembros de la orquesta eclesial), flauta, dos
oboes, fagot, dos trompas, y posibilitaba “experimentar” en palabras del
propio Haydn. Sigisvald Kuijken va más allá y dispone las cuerdas minimalistas de
La Petite Bande (2.2.1.1) para que destaquen la huella barroca: las notas
repetidas en las cuerdas graves que lideran las melodías que flotan alrededor
de ellas, los ritmos con puntillo, la erección de la arquitectura en pilares
intermitentes sostenidos en los vientos, que, lejos de ser aparentes entradas
puntillistas, poseen un significado motívico. Mordiente y sutileza en la
articulación tejen un lienzo contrastado en tímbrica, por ejemplo, en el allegro inicial, donde un pizzicati casi imperceptible va de la
mano de una trompa gamberra. La levedad de los tempi resalta un finale
muy ponderado que revela una profundidad inédita. Los solos siempre integrados,
sin exhibicionismos, con el propio Kuijken adoptando también el posible (pero
discutible) papel de Haydn como concertino al violín, a menudo guiado y
encauzado por los afrutados vientos. La natural reverberación expone la
plenitud tímbrica de los bajos en el íntimo menuet
(Accent, 2012).
El rasgo preponderante de la versión
de Skye Mcintosh es la singularidad de su continuo: amanece con acordes al
clave, y percute en el resto del allegro
inicial. Pero, atención, en el adagio
es reemplazado por un órgano positivo que enlaza
con un Corelli en su vertiente más severamente austera, la de la sonata
eclesiástica. Onomatopéyico el Australian Haydn Ensemble (4.3.3.3), que se
difumina a un discreto rol de soporte cuando los embellecidos solistas realizan
sus entradas, por ejemplo, el timbre afrutado del fagot en el subacuático trio (de singular importancia es su independencia, aparte de su
tradicional compromiso en el soporte al bajo). Generoso rango
dinámico (ABC Classics, 2016).