Cuando Franz Joseph Haydn visitó Londres a
principios de los 90 quedó impresionado por la solemnidad del himno inglés God save the King. Tan patriota como los
de ahora, el músico se dijo que el imperio astrohúngaro merecía uno igualmente
majestuoso, y consecuentemente compuso para la onomástica de Francisco II en
1797 una melodía sobre las palabras Gott
erhalte Franz den Kaiser que durante un siglo se convertiría en su himno y
que tras 1918 pasó a ser el de Alemania.
El
Emperador es el tercero del último
conjunto completo de cuartetos de Haydn, op. 76. Modelo de síntesis y
culminación, ostenta el equilibrio entre la consolidación de la tradición camerística
que Haydn ya había creado y el irresistible movimiento innovador que experimenta
su vida creativa.
Los
cuatro movimientos conversan una íntima continuidad tonal y textual entre las
líneas, independientes pero dialogantes, y emparentadas por la misma fórmula
rítmico-melódica de cinco notas que se deriva de los primeros compases:
I Allegro: Formalmente una
sonata a gran escala, presenta una contradictoria mezcla de calidades
camerísticas a la vieja usanza (el persistente ritmo de corcheas y unidades
temáticas de medio compás que experimentan metamorfosis combinatorias) y la sonoridad
sinfónica con momentos climáticos en registros y dinámicas. Destaca una danza zíngara
sobre un bordón musette de las
cuerdas graves que integra gran parte de los motivos. Exposición (compases
1-47); desarrollo (cc. 48-81); reexposición (cc. 81-105); coda (cc. 105-125).
II Poco adagio cantabile: Se
limita a un muestrario turnado del himno imperial cual estático cantus firmus, con un marco armónico de
creciente riqueza en aspecto de delicadas figuraciones de acompañamiento. Himno
(cc. 1-20); variación I (cc. 21-39); variación II (cc. 40-60); variación III
(cc. 61-80); la última variación (IV, cc. 81-104) romantiza la polifonía de
manera coral.
III Menuet: Un vigoroso allegro (cc. 1-56) abraza al extendido trío
(cc. 57-93), que comienza con unos compases de elaboración, culminantes en un acorde
dominante sostenido por una fermata en el c. 76, para luego destellar fugaz y
mágicamente en un poético modo menor. La vuelta al menuet constituye una recapitulación tonalmente alterada (cc.
93-100).
IV Finale presto: Su sorprendente tema
en do menor (tres feroces acordes a
y el motivo plácido de cinco notas de los movimientos primero y tercero), junto
con los hoscos tresillos que aparecen desde el c. 12 retoman el agitado lenguaje
orquestal, en un conflicto dramatizado y narrativamente complejo. Solo en la
recapitulación reaparece el modo mayor, en un revelador momento de suspense (c.
136) tras el que se desata la conclusión hacia la unidad y reconciliación. Exposición
(cc. 1-73); desarrollo (cc. 74-119); reexposición (cc. 120-175); coda (cc. 176-189).
La
primera grabación completa (Columbia, 1924) corresponde al London String
Quartet (James Levey, Thomas Petre, Waldo Warner, Warwick Evans): La
homogeneidad tonal, con preferencia del primer violín, y el espeso y cálido
vibrato, romántico e indulgente, impregan las líneas de expresividad. Probablemente
hoy en día esta interpretación pueda ser considerada demasiado británica por su
preeminencia de la escritura horizontal, transparencia de los temas y su
relación esquemática y funcional, y sin suficiente sabor bohemio en la armonía
y el color.
El
pionero intento del Pro Arte String Quartet de registrar la integral haydiniana
(que llevaba décadas interpretando en conciertos) se vió truncado por el
estallido de la 2ª Guerra Mundial. Aún así dejaron un documento (Testament,
1934) de corpórea solidez similar al anterior, con notas largas sostenidas a
pleno volumen e invariables patrones de acentuación, eso sí, quizá con una
mayor carga rítmica y una mayor incisividad, y con un adagio de fraseo profundo, sentido y sincero. Original portamento en
el c. 112 del allegro por parte del
primer violín Alphonse Onnou, al que acompañan Laurent Halleux, Germain Prévost
y Robert Maas.
La
lectura del Tátrai Quartet (Vilmos Tátrai, Mihaly Szucs, György Konrád, Ede
Banda), la más antigua entre las modernas,
fue aceptada durante décadas como arquetipo de ejecución: Temerario en su
caracterización pulsante y sensual pero de lógica rigurosa y aplastante,
excelsa amplitud dinámica e incendiaria conexión entre los miembros del
cuarteto, todos ellos pertenecientes a la tradición húngara, y de algún modo
cercanos a los elementos folklóricos que impregnan la partitura. Atmósférica
grabación monofónica de 1964 realizada por Hungaroton que da cuenta de la
importancia de una amplia panorámica que permita distribuir en el espacio las
líneas individuales cuando se opta por una sonoridad empastada.
Conjuntos
como el Amadeus, Alban Berg, Italiano, Emerson, Tokyo ya han sido discutidos en
la entrada dedicada al Cuarteto nº 14, op. 131 de Beethoven. Por tanto
sus registros, aún siendo sobresalientes, no se comentarán aquí. Rompo esta
norma inmediatamente para criticar el concepto haydiniano de The Lindsays (ASV,
1987), un bárbaro entusiasmo para salir de la rutina… a costa de Haydn: Sin
pretensión de idiomatismo rozan lo caricaturesco en ritmo y acentuación neuróticos,
abandonando la cohesión estructural (por ejemplo en la escasa marcación del
punto climático de cada frase) y poniendo en peligro la entonación y la
conjunción del grupo, por no hablar de la nula belleza tímbrica. El allegro resulta tan seco y cortante que
la articulación convierte sus notas breves en espectros apenas vislumbrados,
con la tenaz dinámica siempre al borde del sforzando,
sin concitar la necesaria espontaneidad en la danza tedesca, ni solemnidad en las variaciones del himno. Minueto
desangelado, con los ligados poco elegantes al no disminuir el tono al modo
dieciochesco. La toma sonora, procedente de concierto, es muy burda. Sin duda
es preferible su posterior acercamiento de 1998 (ASV, con los mismos Peter
Cropper, Ronald Birks, Robin Ireland y Bernard Gregor-Smith), grabado en
estudio, más refinado y contrastado, tanto en sonido como en ejecución.
Curiosamente el primer violín aseguraba en 1987 que “solo es posible concitar la genial espontaneidad de Haydn frente a una
audiencia en directo”.
La
homogeneidad tímbrica del Takács Quartet aplica un bálsamo de eufonía emoliente
en largas líneas melódicas. Brío frenético y agresivo que a veces olvida la
respiración de los ritmos internos. El legato adhiere unánimemente las texturas
en el expresivo adagio, y en un
minueto con encanto rítmico (aunque las cromáticas armonías de la tercera
variación no me transtornan como podrían). El problema del tempo en el finale es
legendario: si se comienza al presto
requerido por Haydn, entonces los tresillos posteriores se tornan casi
imposibles, al menos en el cello; la virtuosidad de sus miembros (Gábor
Takács-Nagy, Károly Schranz, Gábor Ormai, András Fejérviola) deja por fin atrás
este asunto. Lástima que no respeten (todas) las indicaciones de la partitura
(algo esencial y que pocos cuartetos recogen). El sinfonismo de la obra se
trata de acrecentar con una grabación cavernosa y resonante, rielando con un
falso resplandor que se vuelve deslumbrante (Decca, 1987).
El
regreso al clasicismo que propone el Mosaïques Quartet casi parece extrapolarlo
del mismo respecto de las lecturas acostumbradas. Sus instrumentos originales
(tocados por Erich Höbarth, Andrea Bischof, Anita Mitterer y Christophe Coin)
restringen el rango dinámico respecto a los modernos, de mayor tensión en las
cuerdas. La diferente afinación adjudica al cello una delicadeza pudorosa que
proporciona una textura más sinfónica y meditativa, destacando las texturas
contrapuntísticas. El criterio historicista no se limita a restringir el
vibrato (sin prohibirlo, frecuentándolo como elección expresiva) y (sin la
seguridad que da éste, destacando los choques armónicos punzantes, las
visionarias modulaciones tan beethovenianas) entonar con precisión (esas
octavas perfectamente afinadas), sino que además el control dinámico y la
tensión rítmica delinean la organización interna de los movimientos. Los tempi, un punto hipnóticos, permiten
danzar y respirar a la música, y la libertad de la duración de los pulsos no
acentuados y el intrincado detalle rítmico despliega un efecto pleno. El
rústico (que no crudo) pasaje en mi mayor del allegro (de aleatorio crecimiento orgánico, cc. 68 y ss.) llega con
vigor y energía, con ataques temerarios y un ritmo contundente sin concesiones.
El variado fraseo y las caprichosas dudas consiguen fantasía en las variaciones
del poco adagio. Su humorístico trío
ejemplifica como nadie el motto
haydiniano de "broma musical".
Una demoledora acentuación erupciona en el finale.
Inmediatez y cálido ambiente conviven en la grabación (Astrée, 1998).
Ningún cuarteto como el Doric (Alex Redington, Jonathan Stone, Hélène Clément,
John Myerscough) ha investigado de tal manera con el rango de color y
dinámicas, de una manera diríamos proto-romántica: Si en el allegro la ronca y pausada evocación de
las gaitas procura una incomparable sensación de parada militar, en el finale el mágico cambio de armonías de
do menor a re bemol se ve subrayado por el repentino velado del timbre. Extremos
también los cambios de tempo e
impredecibles las pausas, descansos y distensiones varias, sin comprometer las estructuras
globales. Asimismo, el fraseo (individualmente libérrimo) tiende con frecuencia
a la asimetría, con impronosticables síncopas. Lujuriosa lentitud en las
variaciones (asomando leves glissandi
en el primer violín) y deliciosamente experimental el minueto. Finale visionario, de carácter saturado
y tensión obsesiva, donde colisiones brutales cuestionan y deconstruyen la
música. Sus instrumentos modernos enfatizan las cambios armónicos manteniendo
al mínimo el vibrato. El sonido, doradamente igualitario, brinca con afecto hacia
los tímpanos (Chandos, 2015).
IPROMESISPOSI:
ResponderEliminar¿Cuál sería para usted la grabación referencial del presente cuarteto de cuerdas nro. 3, op. 76 "Emperador"? Muchas gracias.
Saludos cordiales,
Mario
Si tuviera que aislarme en una fatídica isla desierta con una sola versión escogería el Mosaïques Quartet. Pero encontraría la manera de contrabandear los archivos del Doric y del Alban Berg. Después de todo el subtítulo del blog (y la filosofía de la casa) celebran comprender la diferencia en lugar de combatirla.
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