El de Johannes Ockeghem es el más temprano ejemplo conservado de la Missa pro defunctis (circa 1461). A pesar de su diversidad estética, desde la austeridad a la complejidad, es quizás el trabajo más expresivo dentro del libérrimo corpus de Ockeghem, faro de la escuela franco-flamenca. Los cinco movimientos conservados (como parece inconcebible que una liturgia hubiera concluido con el Offertorium, ¿la composición quedó incompleta?, o ¿nos ha llegado fragmentada?) reflejan la estructura del requiém francés anterior a la codificación del Concilio de Trento. Quizás un pastiche de varias obras propias o ajenas, o tal vez una exploración de los estilos presenciados y cantados por Ockeghem durante su vida, desde los más geométricos hasta los más floridos. A diferencia de otros compositores del siglo XV, muestra relativamente poco interés en los intercambios imitativos o en la declamación de palabras, prefiriendo en cambio el desarrollo continuo de la melodía pura, emotiva en su fina austeridad, y una gama siempre cambiante de textura, armonía y sonoridad.
14 lossless recordings of Ockeghem Requiem (Magnet link)
Ciertamente en las grabaciones de música anterior a, digamos
1600, el problema capital es la ausencia de tradición práctica vocal o
instrumental. Por tanto es natural que un coro inglés moderno interprete (y
haga sonar) a Ockeghem como… un coro inglés moderno. Cuestión de solipsismo. La
nómina de Pro Cantione Antiqua en 1973 era masculinamente galáctica, con nueve
voces dobladas y empastadas discreta y adecuadamente a la octava por el
cuarteto de vientos Hamburger Bläserkreis für Alte Musik. La dirección de Bruno
Turner logra un resultado transparente y fervorosamente expresivo, de vibrato
contenido, y adorables rallentandi
cadenciales. Limpia y extendida toma sonora, que satura solo en las más densas
texturas (Archiv).
Paul Hillier puso las bases del estilo inglés contenido (y culturalmente clasista): La resistencia literata y
puntillosa a la improvisación (vista como peligrosa fuente de fantasía y
artificio) revierte en una precisión milimétrica, con énfasis en el sonido
coral a capella (la “herejía a capella” como fue llamada en
su época), de aérea resonancia de cabeza, una uniforme tendencia general
expresiva de perfil bajo, homogéneo y sin vibrato; la pronunciación latina es minuciosa,
con el habitual sonido sibilante ch cantado
como sh. El Hilliard Ensemble (Virgin,
1984) agrupa dos voces masculinas por línea silueteando hacia el celestial perfil
agudo, solemne y etéreo. La posterior versión de Hillier con el Ars Nova
Copenhagen (Dacapo, 2006), lacada con impolutez, adopta una tesitura más baja y
emplea solistas en algunas secciones, pero no aporta mayor incisividad rítmica,
imaginación, color o empuje.
Algunas de las más antiguas interpretaciones (Hay Hunter en 1957,
Miroslav Venhoda en 1965, René Clemencic en 1975) combinan voces e instrumentos
(una conjunción descartada hace décadas por la investigación académica), pero
este enfoque policromático debe lidiar con ajustes de entonación, cohesión del
conjunto instrumental, y empaste de timbres con el coro. Difícilmente se
sostiene la ejecución perpetrada por Maurice Bourbon y el Ensemble
Metamorphoses de Paris ya en 1990 (Arion), que incluye voces desparejadas y dobladas
aleatoriamente por cornetas y sacabuches, en una interpretación completamente
alejada de la sintaxis litúrgica.
Tenemos tan poca evidencia del sonido de la música medieval
que cualquier interpretación es casi una visión personal. La de Marcel Pérès
nos recuerda que el canto no era música (per
sé, en el sentido moderno) sino oraciones de los religiosos dentro de su
actividad cotidiana (con el propósito de hacer las palabras audibles,
memorizables, poderosas). En la entrada dedicada a Machaut ya vimos como
Pérès indaga en tradiciones orales no-occidentales con el fin de desarrollar
estilos alternativos. El Ensemble Organum es un excelente cónclave masculino con
emisión tan irregular como expresiva: Cual vendaval refrescante, su pétrea resonancia
de pecho lo diferencia claramente de los coros ingleses, construyendo el sonido
desde la profundidad del grave. La individualidad de las siete voces permite la
amplitud de combinaciones cromáticas (escúchense las mágicas intervenciones de
los tenores en la sección Fuerunt en
el Tractus). Imponentes las lúgubres interpolaciones
de canto llano por parte de Pérès y que supusieron otra innovación y referencia
posterior en el tratamiento litúrgico de la obra. Algo inhabitual en la
discografía, se diferencian las dinámicas, como en el pianissimo en la frase final del Tractus. Las espontáneas y lujuriosas inflexiones microtonales que
sirven de ornamentos no serán del gusto de los anglo-puristas de Oxbridge (que de hecho califican a Pérès
de “cabrero corso”), pero el concepto
en general me parece deslumbrantemente hipnótico. La acústica reverberante del
refectorio de la abadía de Fontevraud (HM, 1992) nos hace soñar con la pátina
del tiempo recobrado: Pérès llega al extremo de no utilizar luces eléctricas en
su casa, solo velas, para tratar de comprender la mentalidad medieval!
Si contamos con una certeza sobre la ejecución en los
tiempos de Ockeghem es que sus obras no fueron cantadas por mujeres. Ahora
bien, eso no es razón para excluirlas hoy en día, y esta de Edward Wickham
dirigiendo a The Clercks (Gaudeamus, 1996) es la primera versión que no lo
hace. La afinación sube un tono entero respecto a la partitura lo que le otorga
una brillantez especial… y deformada del carácter mortuorio de la música: Escúchese
a este respecto la insolencia con que se plantea la pregunta "Ubi est Deus tuus" ("¿Dónde está tu Dios?"). La
mezcla de sopranos y contratenores obstaculiza la sensación de alternancia
entre texturas reducidas y complejas. Con un parecido coro mixto, pero más
cálido y sutil, con un carácter más introvertido, se encuentra la lectura de Meinolf
Brüser dirigiendo a la Josquin Capella (MDG, 2004). Otras diferencias se dan en
la gravedad y solemnidad de las introducciones en canto llano; el final a tempo
calmo del último kyrie; la humildad a
la pregunta "Ubi est Deus tuus";
las palabras “fuerunt mihi lacrimae meae”
musicadas en una manera explícitamente descriptiva, con cortas frases en el
tenor sugiriendo los sollozos.
El contraste entre secciones del Requiem de Ockeghem es tal que hace pensar que la composición se
realizó en varias épocas, e incluso el libreto del siguiente disco sostiene que
los primeros movimientos podrían ser fruto de su predecesor, Guillaume Dufay. Stratton
Bull y la Cappella Pratensis (Challenge, 2011) enfatizan las curiosas disonancias que salpican la obra (como
por ejemplo las quintas consecutivas en el Introitus,
c. 5) y que en otras grabaciones
pasan completamente desapercibidas. Un académico empaste anónimo y un legato
monástico tan disciplinado como los de Hillier, si bien no se alcanza (o no se
busca) la unanimidad del
sonido en las dos voces por línea; también la rítmica se mantiene bajo un estricto control,
sosteniendo una lectura serena, sólida y sobria en líneas límpias y claras.
(Benito Spinosa). Gracias por las descargas, tengo mucho que escuchar (ya puedo descargar otra vez). Conozco la versión del Hilliard Ensemble, que me gusta mucho, y la de Pro Cantione Antiqua, que no me gusta tanto. De Marcel Pérès me espero lo mejor, la versión que más me gusta de la "Missa Pange lingua" de Josquin Desprez es suya.
ResponderEliminarLas lecturas de Pérès son muy especiales, quizá visionarias, pero que conectan de manera muy directa, primitiva si quieres.
Eliminar¡Muchas gracias!
ResponderEliminarA tí, Buhodós!
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