jueves, 10 de febrero de 2022

Telemann: Viola Concerto TWV 51 G9

¿Qué Telemann? Barroco, galante, concertando a la veneciana o danzando a la francesa, a ritmo polaco o en contrapunto germano… con más de 3000 composiciones en catálogo, Georg Philipp Telemann (1681-1767) es inmenso. Su Concierto en sol mayor, TWV 51: G9 compuesto hacia 1715 es quizá el primero en caracterizar la viola como instrumento solista.

La ecléctica obra consta de cuatro movimientos en el vetusto patrón de sonata da chiesa corelliana, con movimientos alternados lento-rápido. El estilo italiano también se aprecia en la forma ritornello, que se caracteriza porque el ripieno propone un material temático con armonía estable y el solista responde a esa declaración con breves secciones donde ocurren las modulaciones. La articulación formal breve, los desplazamientos métricos y la estructura de frase sofisticada, atributos de la música telemanniana en general, dan sensación de exuberancia creativa (y también de cierta perturbación musical).

El Largo de apertura es una tranquila conversación donde la digna métrica 3/2 y las frases sincopadas son características de una solemne zarabanda. El Allegro, muy contrastado, burbujea una gentil melodía, sincopada y arpegiada, que se intercambia y desarrolla constantemente tanto en las virtuosistas secciones a solo como en los tutti. Las modulaciones inusuales melancolizan un dialogado Andante, donde el ripieno se limita a los ritornelli de ritmo marcado mientras el acompañamiento del lírico solista es reemplazado por un bajo continuo. El Presto final es un pletórico intercambio entre solo y tutti dentro del armazón binario de la suite de danzas, con una primera sección de dos ritornelli modulando a la dominante, y una segunda de cuatro estribillos, realizando el viaje armónico inverso de la dominante a la tónica. 

 

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(Léase rápidamente y sin respirar) Redel (1962) sonríe ágil y deja atrás la piedad luterana de Münchinger (1952). Brüggen (1967) abre la puerta a un historicismo primitivo, con sutiles gradaciones dinámicas. Pasadas las rígidas manifestaciones del prusianismo irredento (Redel, Faerber, Hlaváceck, Reinartz), y con mayor refinamiento y contraste de tempi, Marriner posa flemático en el andante (1975). Stejskal (1978) prescinde del vibrato como parte fundamental del sonido y descubre el precioso juego antifonal que acecha en el allegro. Kapp (1990) gravita sobrio, proponiendo el clave como soporte capital del continuo. Dada la ausencia de los habituales sospechosos de la época (Hogwood, Pinnock, Gardiner), Standage (1995) explora los instrumentos adecuados y la afinación histórica. Miller (1996) aparca el respeto reverente a la escritura y se atreve a imaginar en una suelta paleta de colores. El siempre arrogante Goebel (1999) agita las afrutadas cuerdas en veloces y precisos torbellinos, y disfraza el andante en un menuet, a base de unos rotundos fraseo, rítmica y bajo percusivo. El historicismo extremo de Bundies (2003), a una voz por parte, permite que los colores oscuros destellen. Müllejans (2006) acuna una versátil viola da gamba que aprovecha para mostrarnos en las cadenzas la lascivia de su rango inferior. MAK renace como Alte Musik Köln (2008) e incide en la articulación (aún) más cortante, el fraseo más rítmico, la línea más clara. El tormentoso Biondi (2011) rasguea un luminoso continuo mediterráneo, acentuado con originalidad. El solista de Weimann (2014) glosa libérrimo y con dinamismo frenético la partitura. Forck (2020) nos muestra que, incluso en estas obras de cámara las palabras no están muy lejos, en el teatral sentido del canto, en el fatalismo del andante.

 


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