El arpeggione es
una curiosidad histórica inventada en 1823 por Georg Staufer, en esencia un violoncello
con seis cuerdas afinadas como en una guitarra, posicionado entre las piernas, y
con trastes en el mástil. De frío recibimiento y efímera existencia (unos diez
años), instrumentistas de cada atril -cello, viola, contrabajo, flauta,
guitarra, clarinete, incluso trombón- han acudido al rescate de la música de la
Sonata arpeggione en la mayor D821.
Schubert era un excelente guitarrista domiciliario y fue
capaz de escribir idiomáticamente para el nuevo instrumento, utilizando las resonancias
de cuerdas abiertas, pasajes arpegiados, y perfumando con un carácter
improvisatorio de pestañeo magiar y leggerezza
itálica.
La Sonata presenta tres movimientos nostálgicos y
ambivalentes “Cuando trato de cantar amor
muda en dolor; cuando trato de cantar la pena torna en amor”:
I Allegro moderato:
Tras un tema inicial melancólico y obsesivo (cc. 1-30) y una breve transición (cc.
31-39), inmediatamente burbujea el descarado segundo, bullendo por las octavas en
ráfagas de semicorcheas (cc. 40-73). El desarrollo (cc.73-123) explora y amplía
mayoritaramente el segundo tema hacia senderos introvertidos. La recapitulación
está más equilibrada a la manera clásica (cc. 124-205), y las ideas originales
son consolidadas a ambos márgenes de una inquietante transición. La coda (cc.
189-205) retorna simétricamente a menor.
II El movimiento
central es un breve adagio concebido
cual lied cuya expresión somnolienta es transportada por largas y sostenidas
notas del solista que ralentizan la inflexión, como coloreadas por las
modulaciones armónicas en el acompañamiento pianístico. Tras la delicada cadencia
final una sección decorativa attaca el
mundo nuevo del …
III Allegretto: Lleno
de vitalidad y atmósfera cambiante en forma de rondó, con un estribillo popular,
sereno y esperanzado (cc. 1-76) y dos episodios que exploran las posibilidades
virtuosísticas del novedoso instrumento: uno tormentoso en re menor (cc.
77-160), muy rimado y con figuras arpegiadas, que eventualmente se encalma para
retornar al tema rondó; y otro en mi mayor (cc. 212-280), acusadamente soleado
y melódico. Una breve transición al piano regresa a la zozobra (cc. 281-319).
La obra se cierra en el rondó con radicales cambios armónicos.
Comencemos por los instrumentos de época que permiten sacar
a la superficie los colores primarios de la música. Con una sonoridad similar a
la viola da gamba y destinada a ser tocada en un salón acompañada de un
pianoforte, los enfoques ligeros de estas versiones (escasas y fallidas hasta
ahora) podrían ser apropiados.
Klaus Storck a los mandos de un
pequeño y agradable arpeggione
perteneciente a un pupilo de Staufer, complementa el delicado y retraido fortepiano
vienés de comienzos del S. XIX tocado por Alfons Kontarsky (Archiv, 1974). Pese
a la tosquedad del resultado sonoro, y a la falta de poesía y magia que
encontraremos más adelante, brotan felices novedades, como el superarpegio en
los últimos compases del allegro, o como
que el último acorde roto de la sonata se toque pizzicato aunque el manuscrito prescriba arco.
Gerhardt Darmstadt y
Egino Klepper hacen un disco correcto y educado, que abandona la flexibilidad vernacular
vienesa de Storck y Kontarsky, así como su impacto rítmico y su equilibrio
tímbrico (Cavalli, 2005).
El legendario Paul
Badura-Skoda ejecuta un pianoforte Conrad Graf de alrededor de 1820, seco,
percusivo, poco sutil en la diferenciación de las repeticiones, pero su
compañero ni siquiera está a dicha altura: La distrayente respiración de Nicolas
Deletaille, el timbre austero y poco homogéneo de una cuerda a otra, su
facilidad para resbalar por las inmediaciones de la afinación o el pulso rítmico,
conllevan el desenfoque de melodías y armonías. La soberbia toma sonora (Fuga
Libera, 2006) señala con malévola precisión las dificultades aludidas.
En la fecha en que la Sonata
se publicó, 1871, el arpeggione
llevaba décadas olvidado, de modo la edición incluía una parte alternativa para
violoncello. La pieza posee formidables dificultades para los cellistas dada su
extensa tesitura de cuatro octavas y el diferente sistema de afinación.
La más antigua grabación de la
obra (1937) nos permite atisbar la elegancia de Emanuel Feuermann, su poderosa
emisión, su entonación impecable, la fácil articulación incluso en los pasajes
rápidos, el sutil empleo del glissando.
Tempi vivaces y rítmicos, con el
aroma zíngaro de las danzas gitanas tan populares en los tiempos de Schubert, a
veces sin tregua para el aliento. Resaltar el trémolo no marcado en los cc. 72
y ss. del allegretto. La antañona toma
sonora regurgita un sonido ocre pero equilibrado con el piano de Gerald Moore, menos
filtrado en la edición de Opus Kura que en la de Pearl.
La primera vez que Mstislav Rostropovich
escuchó a Benjamin Britten desgranar los compases iniciales de la Sonata quedó tan
deslumbrado que no fue capaz de comenzar su línea a tempo, por lo que le pidió que empezara de nuevo “con menos belleza”. Auscultando esta
grabación (Decca, 1968) es fácil ver por qué: El rango de colores del teclado
encantado, el ritmo lento y sombrío, la delicada articulación. El respeto mutuo
conduce a una ejecución mucho más dialogada de lo habitual, intensamente
dramática. Las idiosincrasias del ruso danzan con imaginación en las áreas
ligeras de la obra, de gran riqueza tímbrica y amplitud dinámica (ajena a la
partitura). Por supuesto que el mundo vienés de principios del XIX es sepultado
bajo la sentimentalidad, el espontáneo y continuo rubato que declina en
momentos rapsódicos, los detalles apesadumbrados bajo el paso pensativo de las
notas. No importa, compás a compás estos dos nigromantes nos muestran la
desolación del alma de Schubert, sin alegría ni esperanza: “Voy a dormir cada noche esperando no
despertar, y cada mañana solo me trae la pena de ayer”.
“Tan pronto como el vino resplandecía dentro de él, gustaba de retirarse
a un rincón y se entregaba a una rabia silenciosa, a veces creando un frágil
castillo de copas y platos, mientras sonreía y entrecerraba los ojos”. Este
refugio schubertiano en el olvido temporal de la bebida podría ser una de las posibilidades a la hora de acercarse a esta
obra, una suave locura, melodramática y delicadamente mozartiana. La sobriedad
poética del pianismo de András Schiff, ligero y elegante, preciso y uniforme de
timbre (quizás en demasía) subraya el detallismo de su línea. La serenidad
clásica del violoncello de Miklós Perényi produce un timbre cálido y sereno
incluso en la tesitura alta. Alejados de lo espectacular, la estabilidad
rítmica (con algún expresivo rubato) de sus tempi
pausados otorga holgura a cada detalle, como el calmo, controlado e inacabable do
del adagio (cc. 60-64) que permite el
descenso al abismo misterioso en la mano izquierda del piano (Teldec, 1995).
Semejante
criterio intepretativo de calma morigerada pero con historicismo aplicado ofrece la
lectura de Pieter Wispelwey -cello de 1760 con cuerdas de tripa, cruelmente expuesta su impecable afinación por la ausencia de
vibrato- y Paolo Giacometti -pianoforte vienés de principios del XIX,
ligero de textura, ágil de mecánica-. Dos instrumentos bien emparejados que resuelven
problemas de equilibrio, aunados a una gentil sensibilidad que se acomoda al
flujo rítmico de la obra, rompiendo la regularidad metronómica (Channel, 1996).
La característica más relevante de la
siguiente propuesta es la amplia paleta tonal del cello de Jean-Guihen Queyras, navegando en un fluido e inconsútil legato, libre en ritmo, flexible en
vibrato. Destacar en el allegro el
atrevido pizzicato del solista en el
desarrollo (cc. 74-79) mientras el primer tema pasa a mayor en brillantes
octavas al piano, y el pasaje macabro en su agitación (cc. 87 y ss.). Ansiedad
y melancolía se desenmascaran en la austera conclusión del adagio, dando paso a un tercer movimiento convertido en un romance
expresionista y multicromático. Táctil rol concertante del piano a cargo de Alexandre
Tharaud.
Cobista y aduladora grabación (HM, 2006).
Antonio Meneses
-elegancia cautelosa con un asomo de cálido vibrato- y Maria João Pires -intimista
tanto en las oscuras corrientes subterráneas que de vez en cuando afloran, como
en el episodio en clave menor a la hungára
que burbujea con vitalidad- niegan el énfasis emocional a tempi hipnóticos y, a veces, con ráfagas inesperadas que reflejan
la reciprocidad y familiaridad. Su armonía está más cercana a Mozart que a un
profeta del romanticismo, imbuída de valores clásicos de simplicidad,
naturalismo, y moderación. Toma sonora en vivo en el Wigmore Hall londinense (DG,
2012), que restaura su recoleta espacialidad mediante segura hechicería.
El rango del arpeggione
se asemeja naturalmente al de la viola, pero unas pocas notas caen demasiado
bajas y por tanto requiere de transposición. Además el timbre más reducido que
el del cello permite escenificar una mayor cercanía.
Yuri Bashmet es quizás
el máximo exponente de la viola solista, enfocando a la manera romántica cada
matiz casi como Rostropovich, pero con mayor equilibrio entre drama y lirismo.
Poderío sin artificio, vibrato expresivo, elegantes gradaciones tonales. El
sentido del rubato y los cambios de colorido (incluso en los pizzicati) insuflan nuevo aliento a cada
frase. Tanto el timbre, tan aterciopeladamente suntuoso como el de un
violonchelo, como el amplio panorama dinámico son restaurados por la cálida
grabación en directo en el Festival de Verbier de 2007 (DG). Escuchemos cómo
Bashmet despliega pianissimo el
motivo de cuatro semicorcheas ligadas del segundo tema del allegro (c. 40) todo melancolía y timidez, para luego transfigurarlo
en el desarrollo a suplicante, aliviado, temeroso, y finalmente inexorable. La
fuerte personalidad de Martha Argerich explota su espontaneidad emocional, impulsivamente
insistente, cambiante en tempo y
dinámicas, pero respetando la tersura de la linea legato. Para aquellos
alérgicos al pianismo excéntrico de Argerich la clásica recomendación de Mikhail
Muntian como compañero obsecuente de Bashmet es seguramente inigualable (RCA,
1990).
En cuanto a los arreglos
orquestales, Gaspar Cassadó es el solista de su propia transcripción de la Sonata como concierto para cello y
orquesta, reconfigurando sustancialmente la parte pianística con drásticas
alteraciones y añadiendo nuevo material. En el momento de su concepción (1928)
fue un aporte bienvenido en el limitado repertorio de concierto romántico para
cello y recibió múltiples interpretaciones. Sin embargo, poco se puede atisbar
del tutti ya que solo en los ritardandi bombásticos el Concertgebouw
Amsterdam sale de la cueva a donde lo ha condenado la edición digital de King,
descolorido por la celosía de la edad (concierto del 12 de diciembre de 1940). El
inspirado fraseo, los portamenti
expresivos, y sus libertades en el rubato -en consonancia con la dirección de
Willem Mengelberg-, no pueden (no deben) extrañarnos en el oído actual.
La transcripción
para guitarra y orquesta de cuerda ideada por Christopher Gunning presenta algunos
cambios y adicciones, muy musicales, pero alejados del contexto histórico de su
compositor. Ciertamente la guitarra de John Williams no
es capaz de sostener notas largas o variar sus reguladores por lo que sobre
todo el adagio queda comprometido. Fantástica
grabación, mecanizada para recomponer un equilibrio imposible en concierto, donde
el solista ha de quedar avasallado por la Australian Chamber Orchestra
(curiosa mezcla de instrumentos antiguos y modernos, con un uso arbitrario del
vibrato), dirigida por Richard Tognetti en 1998 (Sony).
Frente a la magna escala que propuso Cassadó, Michal Kaňka transcribe
preciosista con una sonoridad camerística que se empareja con la simplicidad de
la partitura original, equilibrando el solista y el conjunto de cuerdas, apenas
una docena, muy empastadas y escrupulosas en las marcaciones dinámicas. La
Praga Camerata dirigida por Pavel Hula baila a pasos muy tranquilos, con
frecuentes pausas al final de las frases, como cogiendo aliento para el
siguiente pas de dance. El pizzicato del comienzo del desarrollo se
convierte en este arreglo en una delicada danza; hacia el final del allegro el timbre grave del cello suena tan
suave y carnoso como un soplido raveliano. El adagio es una bella canción de cuna que llega hasta la transición
en el allegretto (cc. 281 y ss.). Excelente
toma sonora, muy detallada (Praga, 2007).
Los
contemporáneos de Schubert cuentan que éste mantenía el tempo de manera estricta excepto en los casos que la partitura lo exigía
expresamente. Además, siempre concebía la expresión lírica guiando el flujo de
la melodía, pero nunca permitía disturbios violentos o dramáticos en su
acompañamiento. Exactamente como lo hace el fascinante arreglo liederístico
para orquesta realizado por Dobrinka Tabakova, retraído y modesto, subrayando
lo melódico sobre lo armónico, en el que las líneas de las cuerdas semejan
palabras. La Swedish Chamber Orchestra conducida por Muhai
Tang
sombrea convenientemente el lienzo para que acoja en su seno el timbre plácido
y lánguido, a veces un hilo de voz, de la viola de Maxim Rysanov, soberbia técnicamente
(qué episodio tormentoso en los cc. 57-160 del allegretto) a pesar de su discreción. Mágica y susurrada la coda al final del adagio (Bis, 2010).
Luigi Piovano firma e
interpreta esta nueva transcripción que amplifica la polaridad de la obra, el
contraste entre la nostalgia mórbida de unos temas y la coreografía
despreocupada de otros, y asegura su permanencia como pieza concertante en el
repertorio futuro. Piovano es además el director del conjunto de Archi
dell'Accademia di Santa Cecilia, 22 atriles de cuerdas que leen con sonoridad
profunda los dos primeros movimientos y en tonos pastoriles y claros el allegretto, con dinámicas sutilmente
graduadas, diferenciando los tres elementos en que consiste la Sonata: canción,
danza y pasajes virtuosísticos. La maldición de estas grabaciones tan cercanas
al solista es la captación de su respiración, que barahusta el timbre
quejumbroso de las cinco cuerdas del
violoncello piccolo (Eloquentia, 2013).
Entre el rango de alternativas
sobresale la otorgada al clarinete, plena de validez por su amplia tesitura, y
que para dar variedad a su timbre introduce frecuentes cambios de octava. Afortunadamente
para la efectividad de la transcripción, Schubert no hizo empleo de las
posibilidades de dobles cuerdas en el arpeggione.
La Sonata corresponde al mismo periodo en que Schubert compuso los cuartetos nº 13 y 14.
Basado en esto Allegri String Quartet interpreta una transformación
asombrosamente persuasiva de un quinteto con James Campbell al clarinete
solista, dialogando continuamente con el primer violín en una conversación secreta
que en ocasiones semeja una siniestra delación (Naim, 1997).
Otro resultado de gran naturalidad
es la de Gervase de Peyer al clarinete y Gwenneth Pryor al
piano (Chandos, 1982), aunque la adaptación suba o baje melodías por octavas, y
algunas líneas sean transferidas del solista al piano. Fraseo cantabile pero
con una agilidad y rango sobrehumanos. Se disuelven las barras de compás cuando
es necesario, variando los tempi sin
cesar.
Anotar
por último el arreglo de Gil Shaham y Göran Söllscher (DG, 2002), una curiosa
combinación tímbrica ya que la guitarra toma el rol armónico del piano; sin
embargo en las secciones en que el violín toca en pizzicato la pareja de cuerdas pulsadas se difumina en el vacío.
In this episode
from excellent series Building a Library,
reviewer Robert Philip analyzes a ragtag bunch of Arpeggione Sonatas for the
entertainment and instruction of the BBC listeners.
Excelente compilación y análisis de una de mis obras favoritas. Muchas Gracias
ResponderEliminarEs una preciosidad, asi que el placer ha sido enteramente mío. Un beso.
ResponderEliminarAcabo de escuchar el siempre interesante podcast de la BBC y en las recomendaciones en instrumentos modernos habla de Queyrás, Coppey y el tercero no lo he entendido... Peter Brons and Issae ?? en un Steinway. No hay nada que se parezca en el elenco de tu archivo, sabes a quien se refiere?. Muchas Gracias, ya veo que tienes mayor velocidad de internet. Felicidades!
EliminarYa lo encontre! Roglit Ishay & Peter Bruns. ¡Un hurra por Google! No me imaginaba que pudiera haber tantas versiones y yo pensando que la de András schiff era la mejor, lo que es el desconocimiento.
EliminarGracias de nuevo por la compilacion que nos ayuda a saber realmente lo que es bueno y nos alegra el dia.
Efectivamente ésa es la versión... que no he podido localizar.
EliminarNada más fácil, hela aquí:
ResponderEliminarSchubert - Sonata for Cello and Piano, D. 821, 'Arpeggione'
(Roglit Ishay & Peter Bruns)
RIPBssfcapaEB.zip (106.3 MB)
Si necesitas algo, siempre puedes silbar ipro.
Tienes amigos.
Mil gracias de corazón
Eliminaren estos tiempos de trincheras
un amigo es un tesoro.
A tus pies quedo.
Aca les comparto 2 versiones de 2 grandes cellistas:
ResponderEliminarLudwig Hoelscher
http://www63.zippyshare.com/v/X7x9rnlC/file.html
Antonio Janigro
http://www21.zippyshare.com/v/Af4YAXTm/file.html
Fantástico doble aporte.
EliminarMuy amable, Aldo.