Formalmente
conservadora (aunque
el desarrollo armónico estremece la estructura, racionalizando su
inestabilidad), indiscutiblemente abstracta (con sonidos autónomos
del sentido narrativo), festiva sin duda, el emblema primordial de la 7ª
Sinfonía (1812) de Beethoven es el ritmo, subordinándose cualquier otro factor en esta inmensa maquinaria de
ingeniería musical de bloques sonoros interconectados.
1 El Poco sostenuto–Vivace se abre con una mayestática introducción (cc. 1-62) que, a base de ambiguos
acordes y corcheas ligadas siembra el germen rítmico, melódico, armónico e
instrumental no sólo del allegro vivace
al que preludia, sino también de la sinfonía por entero. La modesta pero
efectiva transición se condensa en un tema cuya imprompta telegráfica permea en
forma de ostinato al resto del movimiento, desarrollándose y progresando en
tonalidad, tratamiento y orquestación en una iconoclasta sonata de palpitante
pulso procesionario.
2
Allegretto. De
acuerdo a los libros de conversación de Beethoven éste utilizaba en sus
diálogos cotidianos la métrica de la poesía clásica tales como hexámetro,
pentámetro yámbico, dáctilo o espondeo. Precisamente en estos dos últimos está
basado el ritmo del allegretto: una sucesión
repetida e imperturbable de una negra, dos corcheas y dos negras, un ritmo ceremonial
y obsesivo al que se subyugan las melodías, oscilando incesantes
entre mayor y menor. Un simétrico acorde de armonía irresoluta parece el único
modo de concluir dejando al oyente en suspense y ensoñación del misterioso
canto susurrado, que solo aparece lento por el contraste a sus vecinos.
3 El lúdico Presto–Assai meno presto se propulsa
mediante veloces y jocosas secciones, variando sin cesar dinámica y textura. El trio se inserta en dos ocasiones
(cc. 153-240 y cc. 413-500) y en dos tonalidades diferentes; todavía centro de
la sinfonía, posee un carácter estático por sus extendidas y resonantes notas
pedal en la mayor.
4 El Allegro con brio es una saturnalia volcánica en sus elementos
desencadenados, la violencia de los timbales napoleónicos, la persecución en bacanal
de los instrumentos y la consiguiente rotación de frases entre secciones, la dionisiaca
complejidad de los ritmos: un sujeto martilleante y maniaco acentuado en el
pulso natural, acompañado de sforzandi
en el tercer pulso (en metales y percusión) y cuarto pulso (en maderas) todo
ello cohesionado con reminiscencias de temas secundarios de los movimientos
previos. Y a pesar de la insistente sincopación y la vertiginosa
inercia muscular no deja de desprender un hálito (intoxicado)
de danza haydiniana.
Superada la obsesión
de la urgencia sobre el contenido, la Sinfonía
en la representa la coronación de la habilidad técnica, de la disciplina
inventiva, del impulso luminoso de la creatividad en sí misma. Con este alborozo de
ritmos Beethoven ha aceptado la lucha y la decepción como parte de su vida y ha
aprendido a disfrutar el triunfo sobre ellos.
Nota previa: En aras de la claridad los directores reseñados en anteriores entregas no tendrán cabida en esta homilía de carácter cíclico. Naturalmente que sus versiones son tan extraordinarias como las que se citan a continuación.
La ilustre devoción
a la bebida de Franz Konwitschny (en la previa de un
concierto se le computó la ingesta de 6 botellas de champagne) le valió el sobrenombre de Konwhiskey entre los profesores de la Leipzig Gewandhausorchester (había sido su
director musical desde 1949 y su nivel de comunicación con la orquesta rivalizaba
aquellas de Szell y Cleveland o Karajan y Berlín); ya en el
podium, obviamente relajado y espontáneo, utilizaba una batida expansiva e
imprecisa, pero que conseguía un reflejo sonoro categórico, conciso y
cartesiano. Dicha orquesta ostenta una sostenida tradición beethoveniana como
demuestra que ya en la temporada 1825-1826 la Gewandhaus ejecutó la première del ciclo completo de sus
sinfonías. Sus características aristas de obsidiana incluyen masivas aunque flexibles
cuerdas, metales abrasivos y unas heterogéneas maderas con un timbre oriental
muy definido. Debido a tal colorido individualizado, la textura orquestal nunca
torna homogéneamente aburrida.
El tempo klemperiano del primer movimiento no
corresponde a la marca vivace de la
partitura, pero Konwitschny energiza la excitación al borde del desboque; la
estructura se remarca por el escrupuloso (y desacostumbrado en su época) respeto
a las repeticiones.
En el pasaje que comienza en el c. 142 (cuerdas en pianissimo, con interjecciones alternas de oboe y bajos) el ritmo
es retenido con tal desafuero que parece que los bajos nunca conseguirán retomar
su pleno impulso.
En el orgánico allegretto destaca su rústica
concepción, con las semicorcheas martilleadas sin piedad en las cuerdas
mientras las maderas reexponen el tema de apertura marcado piano y dolce (c. 150 y
ss.); la sección fugada (estipulada pp,
cc. 183-210) raya en lo inquietante.
Ya en el scherzo resalta el bohemio swing de los compases blanca-negra; en
el trio la tensión es mantenida por
el preciso control rítmico de las corcheas finales en cada compás (y que a
menudo se dejan de lado). La nota pedal de la pareja de trompas en su sección
central (c. 186 y ss.) semeja un auténtico mugido animal.
Radiante finale, de fraseo rítmico especiado por
ataques persistentes en los principales acentos. El efecto se dilata por la repetición de la exposición que genera tempranamente una enorme agitación
que se liberará en la apoteosis final.
Ejemplo paradigmático del Beethoven poderoso de
la vieja (que no difunta) escuela germánica de Weingartner:
grandeza dramática y soberbia crudeza instrumental. La toma sonora omni-dimensional envuelve la pasmosa y colérica amplitud
dinámica en un leve manto de soplido de fondo (Edel, 1959).
Las míticas grabaciones de estudio de Carlos Kleiber solo se ven
superadas por aquellas otras procedentes de sus escasos conciertos, donde poseído de un vigor
prometeico representa el Teatro sinfónico: un espectáculo febril y exaltado, conjugando la insalubre precisión szelliana por la atención
rapsódica con la visión arquitectónica (hay que hacer constar la omisión de las
repeticiones en las exposiciones de los movimientos extremos).
La Bayerisches
Staatsorchester aporta su extraordinaria intensidad, corporativa e
individualmente: Magnífica contribución de los timbales, claridad pictórica de
las maderas. El incomprensible pero hay que ponerlo en la situación de los
violines (todos a la izquierda, snif),
lo que disminuye su incandescente impacto.
Ya el arranque se
presenta atléticamente cantelliniano, con el idiosincrático acorde de apertura no
al unísono, sino desplegándose como una cortina operística. La refulgente transición
al vivace 6/8 quizá peca de neutralidad apolínea, contrastando con la persistente acentuación, vibrante y
fogosa, que nos conduce sin aliento al pasaje en secuencia del desarrollo, desenfrenadamente
tchaikovskiniano en metales y cuerdas (cc. 201-219). Justo después de la fermata en el tutti
(c. 300) oboe y cuerdas malogran el alarmante quebranto al do mayor. Demoniacos los accelerandi y rallentandi, por ejemplo en los cc.
319-322; dicho lo cual, el movimiento posee la inercia de una locomotora Big Boy.
Sentido y sensibilidad
en el escénico allegretto, de
articulación tensa, alerta y expresiva; el pulso a la breve inhibe el perfil lírico, transmutando el carácter sombrío y oscuro
del contratema en violas y celli (c.
27 y ss.) a otro elegante y distanciado (y con las notas de adorno minimizadas,
gentlemanlike). Desmesurado el crescendo (c.
51 y ss.) desde los delicados pianissimi empleados en el comienzo. Finaliza
con un coqueto (y controvertido) pizzicato,
emulando a su padre (en otra lectura legendaria sobre la cual se modela ésta, aspecto
nada extraño teniendo en cuenta que Carlos utilizaba las partituras anotadas de
Erich), que en una temprana investigación sobre el manuscrito descubrió que la
marca a lápiz “arco” era una
aportación posterior apócrifa.
El scherzo galopa irrefrenable: en los cc.
203-210 (y en cc. 463-470) estridula una figura introducida por las
trompas a
la que se añaden las maderas con una trayectoria que cada dos compases adquiere
sabor de síncopas. Nadie las destaca demasiado, pero su sentido no le pasa por
alto a Kleiber, que incluso parece acentuarlo más de lo necesario para que sea
advertido como tal; y es importante porque el afán que se genera en estos 7
compases está compensado enseguida por la explosión en fortissimo. El trio se emplea para descansar la montura:
poco expresivo, sin matizar como prescribe la partitura la línea del violín.
El tempo del finale difiere del de su padre (lento, ya que clamaba que la
melodía es una danza austriaca folcklórica y debería ser tratada como tal). La pérdida
de tensión cuando las maderas toman el saltarín segundo sujeto, Carlos la justificaba
otorgando mayor relieve a la ininterrumpida línea de los violonchelos en ese momento (c. 363 y ss.) que marcan con insistencia el subrayado rítmico de la
secuencia, una de las grandes genialidades de esta sinfonía; paulatinamente las coloridas trompas van ganando posiciones hacia el
frente hasta que destellan incontenibles entre el lienzo general en el tornado
de la coda, hasta
el pleonasmo de la frase final donde se aúnan a la aceleración de los compases
finales.
Orfeo ha editado este único
concierto del 3 de mayo de 1982 (sin tomas complementarias que oculten los ocasionales ruidos, y de acústica poco resonante ya que el hall está
lleno de público) con fantástico sonido, saturado de color, amplio, inmediato y
muy detallado.
Para aquellos que requieran los violines antifonales la grabación previa para
DG (1976) se recomienda sola, eso sí, sacrificando romance
por disciplina y velocidad.
La referencia conceptual de Daniel Barenboim es
por supuesto la de Furtwängler (al que vio interpretar la obra siendo un niño):
es decir, ajustar continuamente el tempo
en aras de suscitar el drama y elucidar la estructura, sintiéndose depositario
de la gran tradición wagneriana, de gran formato a la antigua, cantabile ma non danzabile. El
instrumento cómplice de ese pasado es la Staatskapelle Berliner, una de las
pocas orquestas que mantiene su rasgo personal derivado de la raigambre local: de
sonido rotundo, avasallador, de barniz oscuro en las maderas, de contundente
vibrato en las cuerdas que nunca sacrifica al resto de atriles. Los flexibles tempi decimonónicos, el interrumpido
legato sobre las largas frases amenazantes, las transiciones y las pausas fueron
ensayados a lo largo de tres años de conciertos previos.
Introducción fantasiosa,
con la
frase primera del Poco sostenuto muy
lenta; dando arreones en las frases pares Barenboim hace crecer el sentido de
anticipación, exigiendo la liberación que llega al cabo en el vivace. El final del grupo primario de
la recapitulación (a partir del c. 287 hasta la transición c. 301) se desliza
en un accelerandi desenfrenado.
Arranca el
allegretto tan pausado (56 pulsos en vez de 76) que semeja un solemne,
celibidachiano andante, dramática y
densa reflexión musical, arisca batalla de claroscuros, interpretando con cuidado
maternal cada compás por su relevancia armónica, con una profundidad grave y
profunda que sin perder la tensión hace fluir la música. Cuando la voz de
violas y chelos (c. 29-50) se escucha tan nítida como el procesional de los
segundos violines en tenuto, parece
que va a jugar la baza de la claridad frente al tempo de la tradición, pero la ilusión es momentánea: el
contracanto desaparece del mapa sonoro con la entrada de los primeros violines
(a partir del c. 51), pese a que los Kleiber nos han enseñado que es justo y
necesario que dicha voz se siga oyendo. Misteriosa el aura de tragedia, con los pianissimi palpablemente graduados y la sinuosa línea de los celli emergiendo del inferno como en la cuarta cantata
bachiana, a sólo un paso del contrapunto de La
muerte y la doncella.
A un scherzo
poco jaranero, walkirizado, sin nada de ligereza mendelssohniana, le sigue un abrasivo finale que comienza apresuradamente, las
cuerdas articulando un tanto confusas (c. 5 y ss.); esta veladura de los
dibujos, intencionada o no, permite que el desesperado impulso rítmico de los
vientos irrumpa en las texturas.
En suma, Barenboim descarta el aroma
dieciochesco y regala una experiencia beethoveniana inigualable en el panorama
actual. Lástima la entubada toma sonora, como si estuviéramos sentados en la
última fila de la sala de conciertos. Las maderas graves aparecen nubladas y los
vitales violines antifonales solo se perciben en contadas ocasiones. La
ausencia de dinámicas extremas hace sospechar de una manipulación artificial en
busca de una doméstica zona media (Teldec, 1999). La solución alternativa es
decantarse por la lectura con la West-Eastern Divan Orchestra (Decca, 2011), de
similar concepto interpretativo y superior toma sonora.
Charles Mackerras amalgama la inspiración
historicista de base (detalles de articulación, fraseo y dinámicas gracias al
reducido tamaño de la Scottish Chamber Orchestra: tímbricas chispeantes -prominentes
metales y tormentosa percusión- y diáfanas texturas -discreto uso del vibrato-)
con leves y tímidos asentimientos a la tradición interpretativa que subrayan
los momentos dramáticos, como el rallentando
en los acordes conclusivos de los movimientos, aunque evitando la pomposidad
del pasado.
El dinámico allegro
inicial mantiene un pulso ligeramente más lento de lo propuesto por el autor,
pero esto propicia un carácter enfático y poderoso de los insistentes acordes
que jalonan el progreso del movimiento. Hay que reseñar la frescura del solo de
flauta anterior a la entrada del tema principal (c. 68 y ss.) así como la
notoria importancia de las cuerdas en la tesitura media en el segundo sujeto de
la exposición (cc. 89-108).
La severa presencia de los contrabajos en las
tempranas declaraciones del tema (c. 3 y ss.) proporciona una desmesurada urgencia
vital (Mackerras presumiendo de sus 80 joviales años: I can’t get no) al crescendo
inicial del allegretto. También emocional
si la música lo requiere: cuando las maderas roban el aliento en el pasaje
marcado dolce en la sección en la
mayor (c. 101 y ss.), como suave consolación después del lamento de la procesión
funérea, lo hacen con una gentileza mágica negada a otras lecturas más
energéticas y rigurosas. Solución intermedia al pizzicato
final, usando el arco sólo en el último compás. Su ritmo profetiza el
entusiasmo cinético del scherzo, donde,
en busca de un mayor equilibrio estructural omite la repetición de la segunda
parte del trio.
El finale
es un modelo de control: intenso, bravo, siempre internamente equilibrado. Colorido
abundante por la inclusión de un armónico contrafagot (ya que Beethoven dispuso
de uno el día del estreno) en la coda.
Toma sonora cercana y focalizada, sin ruido de
la audiencia (la grabación se realizó principalmente en los ensayos del
Festival de Edimburgo en 2006), sin excesiva amplitud espacial o dinámica (Hyperion).
El movimiento historicista alcanza su culmen
y adquiere un significado autónomo con lecturas como la siguiente: aparte de los
timbres afilados y las texturas ásperas (recogidos de manera asombrosa en la
grabación), la impronta radical viene en el carácter de Emanuell Krivine y en
su atención a la sutil acentuación de cada compás, la flexibilidad del fraseo, la
danza de contrastes exageradísimos.
Ya en los abruptos acordes de apertura sentimos
la tensión que irá creciendo en el paso fluido. Las cuerdas (de vibrato escaso
pero no inexistente) jamás fueron advertidas así en los sujetos de la
exposición, al menos con esa rugiente presencia. Cuando Krivine prepara un clímax
relaja el tempo (mínimamente) para
acentuar el consiguiente crescendo
con un toque de accelerando, como en
el callado pasaje en la transición anterior a la coda (c. 300 y ss.). El
fabuloso gruñido ostinato de los graves en la coda (nunca capturado de manera más
elocuente -cc. 401-423-) sugiere los comentarios sobre la locura del compositor
que hizo su colega Weber: “Con
esta sinfonía, Beethoven declara estar listo para el hospital psiquiátrico”. ¿He dicho ya que la
toma sonora es sensacional?
La planimetría del párrafo inicial del allegretto nos advierte de su solemnidad
ascética, demacrada a pesar del vigoroso tempo,
que atesora instantes de sublime poesía como en el pianissimo del c. 43, aunque sin permitir la complacencia en los
tramos en clave mayor. Calidez y elocuencia de los segundos violines cuando su
unión con los primeros permite la plenitud de las texturas (c. 51). El etéreo
fugado (cc. 183-210) se prolonga en unas nostálgicas maderas que doblan
y se imponen en los compases siguientes.
Irrepresable presto
dentro de su delicadeza. Krivine integra la llamativa sonoridad en la
estructura, como en el airoso trio,
construido sobre la nota pedal de la mayor, sostenida primero por los violines (c.
153 y ss.) y después en la culminación por unas trompetas que inundan el tejido
sonoro (c. 211 y ss.).
Finale embriagador, de furiosa
aportación del percusionista y abandono antifonal en la coda de un modo que la
partitura parece exigir a grandes voces.
La toma sonora, recogida en concierto, deslumbra
con una presencia anonadante, la espacialidad panorámica de los atriles de La
Chambre Philharmonique, la minuciosidad del colorido en las maderas (Naïve,
2009). Y lleva al inconfesable convencimiento de que ésta es la manera en que
la sinfonía debería sonar. Háganse cuanto antes con este disco maravilloso.
Nota final: Los veinte directores citados en
esta serie beethoveniana parecerán pocos a los lectores aventajados. La lista
podría ampliarse con otras interpretaciones que irremediable e
indefendiblemente han quedado fuera. Para ellos propongo una serie de curiosas parejas
de baile (o de cuadrilátero): Mengelberg-Norrington, Scherchen-Giulini,
Reiner-Brüggen, Jochum-Abbado, pero el Beethoven perfecto siempre permanecerá
un sueño lejano: lo que cuenta es la huida y no donde ir.
Sabido es que la extenuante planificación de los ensayos de Carlos Kleiber permitía luego en el concierto el gesto de
aparente y jubilosa improvisación, de dominio hipnótico a base de gestos mínimos y gentiles.
Aquí le tenemos conduciendo la Concertgebouw Orchestra de Amsterdam (Unitel DVD Rip, 1983) en
lujosa pero externa pulcritud unánime del fraseo, ferviente pero premeditada,
abrasadora pero nada espontánea.
muchas gracias
ResponderEliminarA ti por tu pronta lectura.
EliminarMagnífico trabajo! Gracias ipromesisposi!
ResponderEliminarDe nada. El placer es compartido.
EliminarMuito Obrigado!!! Muchas Gratias!!! É um post (como todos os outros aqui no "I Promesi Sposi") magnífico e fantástico! Uma pérola para quem ama Beethoven e a história das interpretações!
ResponderEliminarMuitas felicidades e boas continuações para o seu blog, si?
Abraço,
ono
Graças a você, meu rapaz.
EliminarRespetable pero sorprendente selección. No obstante, ante el conocimiento que muestra, poco que objetar. Me imaginino también que estamos hablando de gustos.
ResponderEliminarDentro de las antiguas, Furtwangler, 1943, creo que no debe quedar fuera de ninguna selección más o menos rigurosa.
Alguna de las de Toscanini tampoco, dícese de la de Nueva York, 1939, que no es la de la integral de ese mismo año con la NBC.
La de Szell/Cleveland, creo que no es inferior, sino superior, a la mayoría de las que ha citado. Lo mismo para la de Bernstein, primera integral con Nueva York (CBS-Sony). Reconozco que esta última no la recuerda o conoce nadie.
Plena coincidencia, o casi: La mejor de Carlos Kleiber es la citada, directo en Baviera: ¡qué contrastes sonoros en el primer movimiento!. Todos los comentaristas de los foros repitiendo como autómatas y citando la inferior (más normal) de DG que viene en el mismo CD con la famosa 5ª.
Si de historicismo hablamos, tal vez la 7ª de la integral de Gardiner, de Archiv (mediados de los noventa) tenga mucho que decir; de una calidad orquestal muy superior a la de Krivine, por buenos que sean estos músicos de la Chambre Philharmoniker. Por no citar, aunque con instrumentos modernos, la más reciente y de ejecución perfecta, con una claridad de texturas sin igual, de Paavo Jarvi/Orquesta de Cámara de Brmen (¡cómo suenan estos!).
En fin, mi respeto repito. Simplemente quería dar mi opinión.
Por cierto, fantástico blog, y gracias por sus comentarios de los que uno aprende mucho.
A modo de crítica, creo que ya se lo comenté un día: no lo entiendo. Si uno pincha a la derecha (en el LABEL CLOUD) uno de los nombres por orden alfabético, el que sea: Abbado, por ejemplo. Dentro de mi lógica tendrían que aparecer únicamente las referencias concernientes a Abbado, nadie más; y lo que sale es Abbado, por supuesto, y varias obras distintas y directores diversos. No lo entiendo. Disculpe.
Javier M. F.
Ante todo darle las gracias por el chaparrón de comentarios que iluminan la lista del correo. Espero poder responderlos como se merecen. Empecemos:
EliminarVeo que no me he explicado bien con la nota previa en la cabecera de las entradas sinfónicas de Beethoven (y me autocito): "En aras de la claridad los directores reseñados en anteriores entregas no tendrán cabida en esta homilía de carácter cíclico. Naturalmente que sus versiones son tan extraordinarias como las que se citan a continuación."
Es decir, para no andar repitiendo personajes, la serie tiene un carácter unitario y por tanto los directores de la 3ª ya no aparecen en la 5ª, los de la 3ª y 5ª ya no se muestran en la 6ª... y así sucesivamente. Desde luego que las lecturas que citas Furtwängler (43), Toscanini (39), Szell, etc. son imprescindibles. Kleiber está literalmente iluminado en Baviera y tengo muy buen recuerdo de la nueva de Gardiner (en vivo), que me desapareció debido a un fallo en el disco duro.
En cuanto a la nube de etiquetas, funciona de esa manera tan genérica. Lo diré de otra manera: el servicio de Google está muy lejos de ser un producto acabado... y me temo que tiene fecha de caducidad. Habrá que pensar en mudarse.
Disculpe. Se ha explicado correctamente. La culpa es mía, que seguramente peco de no leer debidamente y soltar sin más lo que tengo pensado decir. Un defecto del animal, sin duda.
EliminarLa vida da maravillosas sorpresas, como la de hoy al ver que este torrent al fin se había descargado en su totalidad, nunca perdí la fe (aunque ya la perdí con la del torrent de la 7ma de Bruckner, parcialente con la 6ta de Mahler). Agradezco siempre siempre este servicio impagable que otorgas a la comunidad. Me quedo definitivamente con al versión en vivo de Kleiber de 1982, tampoco encuentro para nada mal la versión de Jansons. Me queda mucho por aprender y escuchar. Pregunta random: Cuantos ciclos completos tienes de las sinfonías de Beethoven? Los has escuchado todos? Yo me guío por el siempre dudoso orden alfabético y voy en la C de Cristian Thielemann. Gracias de nuevo por todo.
ResponderEliminarHoy he leido a Pratolini: "la felicidad es la paz espiritual"; espero que la encuentres después de la espera, ya que si algo cultivan los torrents (los míos) es la paciencia.
EliminarRespuesta nada random: Ni uno solo.
Explicación: El viento rola y yo me dejo arrastrar por él. Por ejemplo, esta semana voy a la deriva entre actuaciones en directo de Haendel y Telemmann, y conciertos enlatados de Supertramp y Dire Straits!!