Aunque la vida de Ralph Vaughan Williams transcurre en
el S. XX sus principios estéticos y creativos descansan histórica y
geográficamente en la Inglaterra victoriana, cimentados en el folcklore,
esencial en sus escritos, conferencias y apariciones radiofónicas, y que en su
obra se manifiesta idealizado, incluso imaginado; de hecho la hermosa serenidad
de su 5ª Sinfonía parece incongruente con los horrores contemporáneos, ya que la
misma noche de su estreno en junio de 1943 Londres fue bombardeada.
Pese a que Vaughan Williams siempre negó un posible
carácter programático “It never seems to
occur to people that a man might just want to write a piece of music”,
emplea como base del desarrollo musical melodías tomadas de su, por aquel
entonces, ópera inacabada The Pilgrim’s
Progress. Bajo la faz aparentemente calma fluye un mundo modal-polifónico
en el que la tonalidad solo se establece claramente en el epílogo conclusivo. Las
capas contrastantes diatónica y cromática coexisten en diferentes planos sin
interactuar, neutralizando el conflicto.
Entidad sin costuras, con poderoso sentido de unidad y
dirección a pesar de sus muy dispares contituyentes, se distancia ya en la
nomenclatura de los clásicos cuatro movimientos:
I. Prelude:
La inestabilidad armónica
hace que la percepción de la estructura sonata se vea comprometida en una
aparente noción de ideas disjuntas: Una lenta, neblinosa y oscilante exposición
de un primer grupo de temas (compases 1-59) modula hacia un soleado segundo grupo
(cc. 60-91) que se combinan a menudo en forma de canon; acelera a allegro un breve desarrollo de motivos
varios, tanto melódica como ritmicamente, con las cuerdas constantemente en
movimiento bajo el siniestro viento (cc. 92-163); una llamada de la trompa
marca la recapitulación del primer grupo (cc. 164-184) y, a continuación y más
extendida, del segundo (cc. 185-224); la coda se desvanece en la distancia (cc.
224-237). La orquestación en diferentes planos sonoros conduce el movimiento plácidamente
en su mayor parte, con un avieso trasfondo que apenas araña el exterior.
II. Scherzo.
Presto misterioso: Un inquieto
rondó en cinco partes ABA’CA’’, irregular en ritmo y contrapuesto en carácter, de
raveliana ligereza, que partiendo desde una simple figura sincopada se alarga
en un anhelante tema cantarín, con cuerdas y vientos en alternacia antifonal, notable
por el metal explosivo y el cotorreo de las maderas, cual gárgolas aprensivas y
descontentas: A) (cc. 1-172); B) primer trío (cc. 173-292); A’) (cc. 293-346);
C) segundo trío (cc. 347-424); A’’ (cc. 425-473) se desvanece en una textura
tenue, casi transparente.
III. Romanza.
Lento: La primera parte pastorea un
ambiente lírico y homofónico A (cc. 1-38) y A’ (cc. 39-93); continúa un agitado
pasaje polifónico en las cuerdas con arabescos y cromatismos en las maderas B
(cc. 94-147), donde el drama se afirma en oscuridad soterrada; culmina en un
apasionado aleluya con el timbal intentando
asentar la tonalidad, difuminándose en una mágica coda con las cuerdas agudas
sobre la distante llamada de la trompa A’’(cc. 148-202).
IV. Passacaglia.
Moderato: Sobre un tema básico de siete
compases, generalmente en los graves, se va estructurando un grupo de
variaciones que rápidamente evoluciona en favor de secciones imitativas contrapuntísticas
encadenadas con fanfarrias (cc. 42-152); le sigue un desarrollo discordante en
su impresionismo acuarelado cuya tensión redundante aumenta a través de los
cambios de ritmo (cc. 153-215); el epílogo es un rito de purificación armónico que
permite una fantasía recapitulatoria sobre temas del primer movimiento (cc. 216-281)
y se disuelve en la bienaventuranza de las cuerdas.
Ralph Vaughan Williams lideró con 79 años el
concierto de los Proms del 3 de septiembre de 1952. Técnicamente limitado, de
palabra gentil y actitud humilde hacia los atriles, dirigía con un mínimo de
gesticulación y una sinceridad al límite de la brusquedad. Un fraseo fluido y
legato balancea inquietud y reflexión, si bien algunos detalles orquestales
pueden quedar agrisados en los atriles de la London Philharmonic. Bien
reflejados los colores cambiantes, las áreas sombreadas, la orogenia de las dinámicas. Prelude directo y bonancible, pero con
la necesaria maldad en los vientos. Scherzo comparativamente tosco, sin la vigorosa
determinación de la passacaglia,
particularmente precisa en la articulación del clímax. La edición Somm, cálida
y poco ruidosa, palidece en los agudos. El comienzo de la romanza no fue grabado (los acordes iniciales hasta la entrada del
corno inglés), por lo que se han prestado esos compases de la premiére que RVW dirigió con esta misma
orquesta en 1943 y cuya copia doméstica circula shhh, shhh por los cenáculos upper-class
británicos. Esperemos que sean condescendientes y sea dada a conocer algún día.
De un perfil más sobrio es Adrian Boult, en plenitud
de facultades en 1953, que halla drama y espiritualidad en cada compás con la
misma orquesta londinense. Corona el clímax del veloz prelude con tempestuosos trémolos en octavas tchaikovskivianas. La
toma sonora perjudica la exuberancia tímbrica en el scherzo. Minuciosa
romanza, donde destaca un anhelante rallentando al final del tercer enunciado del tema principal, justo antes del pasaje
a solo del violín (cc. 172-178). Bien en las difíciles transiciones de la passacaglia, donde el suave timbal consigue que el impacto armónico no
quede enmascarado. Su coherencia
sinfónica, algo chirriante, fue grabada por Decca en presencia del compositor,
con el que compartió cercana asociación, elitista educación e inabarcable
cultura durante cuatro décadas. El fuego sagrado se ha extinguido en su
posterior versión (EMI, 1969), menos incisiva, confundiendo la reposada
superficie con la clave unitaria de la obra.
Se suele preferir la postrera grabación de John Barbirolli
con la Philharmonia (EMI, 1962), de combustión espontánea y vitalidad lacerante
-en las páginas finales de la obra (los grupos de atriles resolviendo acordes
cruciales) hay una deliberada falta de integración del conjunto en favor de la
atmósfera apasionada- en detrimento de la pionera versión con su propia
orquesta, la recientemente formada Hallé (Dutton, 1944): Reflejo de la rápida
lectura del propio compositor del año anterior, es aún más intensa la libertad emocional
del prelude, con un clímax frenético
y un gran ritenuto antes de la coda. Espectral el mágico correteo en el
pasaje cantabile antes del final del scherzo (cc. 426-438).
Escuetamente contemplativa la romanza,
nadie como él manejó la resolutiva transición al re mayor del epílogo, con sus
trascendentes aleluyas, que old Barby
consideraba dignas de Bach. Sonido monofónico milagroso.
No debe extrañarnos que la óptica aplicada por Andre
Previn, pianista jazzístico en los 50 y 60, sea ruidosamente extrovertida (en
la acepción shakesperiana) y emocionalmente devastadora. El volumen de las
cuerdas de la London Symphony Orchestra en el primer movimiento es mucho mayor
del mezzoforte prescrito, con gentil
insistencia en los largos trazos que van avanzando hasta el tormentoso
desarrollo. El scherzo se ciñe a la marca presto
misterioso y su lento pulso resulta velado y enigmático, de elegancia
poco común y refinamiento afrancesado. A partir de los susurrados acordes iniciales en las
cuerdas se percibe un crecimiento espontáneo de la emotividad en la romanza: destacan el radiante timbre grave en los cc. 150
y ss., y el melancólico himno en la viola (cc. 195 y ss). Metales enfáticos en la passacaglia. Opulenta
grabación en la época (RCA, 1971), hoy parece algo débil, con las aportaciones
de los solistas artificialmente focalizadas aunque todavía impacte su rotunda
percusión.
Vernon Handley enuncia una disertación lúcida y a la
vez espiritual y mayestática; la naturalidad de los tempi se ve acompañada de una evolución orgánica y fluida de los
momentos de transición y climáticos: ya el prelude
está impregnado de una santidad que se permite intensidades egregias. En el scherzo Handley plantea una ligereza mendelssohniana
a la textura, y además minimiza las divergencias de ritmo en pos de la
continuidad tranquilizante. El
efectivo manejo de las dinámicas y cierta libertad de tempi y rubato le dan dramatismo a la romanza. La passacaglia
está llevada con una concentración triunfal que no suaviza su vigor intelectual.
Paisaje sonoro más homogéneo que analítico en la espléndida toma sonora donde la
Royal Liverpool Philharmonic Orchestra no tiene nada que envidiar a los más
afamados conjuntos londinenses (EMI, 1986).
El despiadado Bryden Thomson es casi la antítesis de
Previn y expone con crudeza la ambigüedad tonal de la sinfonía. Dado el criterio
inquisitivo, trascendente y funéreo se le perdona hacer caso omiso de las
marcas dinámicas al principio de la obra, que va creciendo en ímpetu y
claroscuros con el avance de los compases, las cuerdas graves propulsando la
sinfonía desde su quieta y segura pujanza, lanzando el canon contrapuntístico
(cc. 90 y ss.) hasta romper fff en el
c. 147 (y no antes) con una corpulencia inigualada ni siquiera por Boult. Scherzo
de chocante oscuridad, cercano en carácter al de su sinfonía Londres. Thomson tortura
la zona media de la romanza (desde
144 y ss.) y trata con rudeza los temas de la sección 3 en la passacaglia.
La reverberación eclesial reconforta las frecuencias altas en las cuerdas de la
London Symphony Orchestra en este cinemático registro (Chandos, 1987).
Ejemplar bruckneriano y mahleriano, pero ¿cómo osa Bernard
Haitink adentrarse en las más británicas de las aguas? No son tan dispares
estos universos: tanto la personal apreciación de tempo y estructura como la transparencia de texturas que premia el
detalle orquestal son aspectos tradicionalmente centroeuropeos que se adhieren perfectamente
a RVW. Visión sosegada, seria y meditada, sepulcral, paciente y sofisticadamente
tocada (superando los 43 minutos), con libertad de tempi y espléndida abundancia
de ritenuti y rallentandi. Tras el pivote estructural del prelude (Tutta Forza, cc. 185 y ss.) el gran apaciguamiento subsiguiente quizás no
tenga la intensidad del creyente, pero a mis oídos su retorno
misterioso y poético a los temas anteriores alcanza una trascendencia
parsifaliana. Si el scherzo desprende un perfume raveliano (con intervenciones
del metal menos irascibles y más gamberras de lo habitual), la mesurada romanza
sonará a algunos distante, incluso fríamente sibeliana (a quien la sinfonía fue “dedicada sin permiso”); sin embargo, Haitink maravilla anticipando
(sin la misma orquestación masiva o disonancia extrema) la conexión temática y
el sentido angustioso de la traumática apertura de la 6ª Sinfonía (cc.
130-147). La London Philharmonic Orchestra radia belleza en su impar conjunción
(EMI, 1994).
Roger Norrington propone una disección objetiva, conscientemente
reticente en lo emocional, pero sin la visión arquitectónica a gran escala de
un Haitink. Bien empastados los profesores de la London Philharmonic Orchestra, su impecable precisión rítmica deja paso al expresivo
rubato cuando Norrington lo juzga necesario, como al final del puntillista scherzo, en el efusivo y flexible pasaje
cantabile para cuerdas justo antes de
la coda final (cc. 426 y ss.). Sin trascendencia la romanza. Mejor la
inercia newtoniana de la passacaglia.
La grabación (Decca, 1996) destila una pátina brillante sobre la claridad
radiográfica.
El vibrante y fervoroso Richard Hickox dirige la London
Symphony Orchestra con un parejo refinamiento a la perspectiva de Previn, pero
quizás con un mayor equilibrio textural. La libertad agógica se añade a la
evolución tonal del primer movimiento, en el que destacan hacia el fin del
segundo grupo de sujetos (cc. 81 y ss.) una tercera descendente en modo frigio
y una demoniaca llamada en el fagot, liberada ya de la flemática trompa que
arranca la obra. Scherzo compacto, todo
misterio y finura, sin fragmentarlo en áreas inconexas de conversación. Matizados
contrastes de tempi en la romanza, con el cello a solo (c.
13 y ss.) espléndidamente articulado. Claridad
contrapuntual en la passacaglia. El registro de Chandos ofrece un amplio
intervalo dinámico y una ejemplar documentación de las frecuencias graves (1997).
Mark Elder conjuga músculo dinámico con la unidad
tímbrica de la Hallé Orchestra, registrada en concierto de manera suprema,
iluminando las aportaciones de los instrumentos solistas, sin ruidos espúreos (Hallé,
2011). La introspección inicial contrasta
con la fúlgida modulación impulsada por la vibrante percusión (c. 60); las figuraciones
de la cuerda en el desarrollo mantienen el tempo estable en modo paisajístico
sibeliano. Significativo scherzo a
media luz, al límite de lo perverso, con repentinos
relámpagos, entrecruzamiento malicioso de maderas y cuerdas, que se forma y se
disuelve gradualmente, con una prosperidad natural de los tempi que es la impronta más notable de este registro. Reverenciada
romanza, casi una semblanza religiosa.
Ansiedad anticipatoria en la passacaglia,
previa al esplendor final, perspicaz y etéreo.
Una entrada más que sumar a las excelencias de este blog. Gracias a las potencias del empresariado discográfico british del pasado podemos disfrutar de algunas de las mejores versiones que glosas, vaya esto por delante y dicho con envidia desde el páramo de nuestras anemias fonográficas. Siempre he considerado una garantía en estos repertorios ingleses considerados un poco periféricos (en el Continente) a Vernon Handley: versiones idiomáticas y apasionadas en un universo en el que se movía como pez en el agua. La díada Boult-Barbirolli recibieron la verdad de primera mano, traditio legis, pero las versiones más cercanas a hoy me gustan más (¿el sonido?). No me extiendo más: gracias infinitas por esta aportación que se sale del sota, caballo y rey de los repertorios al uso y que además da gusto leer.
ResponderEliminarCuanta razón: la palabra es envidia, y no sólo de la potencia discográfica. No hace falta más que pasear por las calles de Londres (y qué decir de Viena) e ir viendo los carteles de los conciertos diarios. La semana pasada Previn en la Musikverein por 6 (sí, seis) euros.
EliminarUn beso.
Muchas gracias, de nuevo, por esta labor de divulgación tan extraordinaria y tan bien escrita. Vaughan-Williams (Pastoral, 5ª sinfonía, Concierto para tuba), Sibelius (4ª sinfonía), numerosas obras de Shostakovich, según las iba descubriendo en mi juventud, todas me parecía que compartían un espíritu parecido, un mismo lugar musical al que acaba uno volviendo constantemente.
ResponderEliminarDe nuevo muchas gracias. Un saludo.
¡Exacto!
Eliminar¡Qué observación tan atinada! Ese mismo aroma que nos envuelve, y que no sabemos si procede de la música o es producto de nuestra personalidad.
Mil gracias por animarme la tarde, y un beso muy fuerte.