viernes, 24 de abril de 2009

Purcell: Dido y Eneas

Sin duda la obra maestra del género operístico inglés es Dido y Eneas, que ya en su arquitectónica construcción unificada recuerda a Monteverdi y anticipa a Mozart. La música de Purcell (ca. 1659-1695) imbuye el modesto y caleidoscópico libreto de Nahum Tate con exquisita pasión para restaurar la nobleza y grandeza de espíritu del personaje virgiliano.
Su particular lenguaje conjuga una combinación de sintaxis veneciana (con extensos pasajes arioso), el modelo instrumental de las pequeñas óperas “in the french manner” y el tradicional vocabulario armónico inglés. El reparto de las voces está perfectamente balanceado, con Dido y sus dos damas de compañía contrapuestas por la hechicera y sus dos acólitas; el espíritu y el marinero como dos mensajeros, uno por cada campo; y Eneas como fantoche en el conflicto de poder entre los dos. Estrenada hace más de trescientos años (posiblemente en el otoño de 1684), su status cortesano explicaría el papel central de la danza en la estructura de la obra (al menos 17 números, aunque la partitura sobreviviente incluye sólo cinco). A la manera de la tragedia clásica, tras cada aria el coro comenta en la sombra.

Nadie puede esperar que en 1961 Anthony Lewis (Decca) fuera a plantear un Purcell con el historicismo más ortodoxo. Sin embargo, los instrumentos modernos de la English Chamber y su amplio número de efectivos esmaltan un color orquestal especialmente dramático y poderoso, de tímbrica oscura y profunda. Ya en el comienzo se observa el afán de sacar a la obra de la oscuridad fonográfica, con una overture viva y palpitante. Herincx es tempestuoso, hosco y rudo, acorde al personaje guerrero; un inglés diría “macho”. La contralto Monica Sinclair es una hechicera de canto feo y desordenado, teatralmente exagerado, lleno de maldad. La rodea un coro áspero y perverso, sin asomo de burla. Todo ello queda a la sombra de Janet Baker, el vibrato permeando la voz de tono oscuro y calidez característica, de inigualable dicción en los recitativos ariososos, chispeantes, verosímiles. Si “Ah, Belinda” es un modelo de graduación dinámica, el lamento final infunde un retrato noble en su dolor, rebosante de dignidad en la pena de la reina abandonada. El postrer coro semeja un motete en un verdadero oficio de difuntos. La grabación, reverberante en la lejanía, es acorde al legendario nivel de Decca en las décadas 60 y 70.







Con el registro de Parrott (Chandos, 1981) entramos en el mundo de los instrumentos históricos. Dado que intenta reconstruir la representación realizada en un colegio de señoritas de Chelsea en 1689, consecuentemente todos los roles excepto Eneas (el ronco David Thomas a un gran nivel) son cantados por féminas. Emma Kirkby ostenta su mágica línea de canto, pura e inocente, quizá más de lo que trasluce el libreto para la reina de Cartago. El paralelo entre la corte de Dido y la escena de la cueva de las brujas puede ser entendido como una alegoría protestante sobre el ritual católico, dando pleno sentido a la siniestra y estremecedora hechicera de Jantina Noorman. El entusiasta coro es técnicamente brillante. El sonido (con la afinación muy baja) es camerístico, descarnado, desolado, a lo que seguramente contribuye la grabación digital de primera época, fría y distante. El disco tiene un acceso incómodo, con tan sólo cuatro cortes.






Basándose en el llamado manuscrito de Tenbury (1777), Trevor Pinnock (DG Archiv, 1989) añade oboes y fagots al contingente de cuerdas y otorga el papel de la hechicera al tenor Nigel Rogers, quien conduce hasta el límite su concepción humorística. La elección choca con el resto de la tripulación, que subraya en extremo la carga dramática, especialmente Von Otter. No se puede cantar mejor que la densa mezzo sueca, pero su inhumano enfoque parece demasiado olímpico. Además, si cada momento en esta obra conduce inexorablemente hacia el monumental lamento, (basado en la oposición de una irregular línea melódica vocal y un ground constante), tampoco es adecuado el ligero tempo elegido. Stephen Varcoe presenta un retrato particularmente sincero y convincente, teniendo en cuenta que la única flaqueza obvia del libreto es el personaje plano y sin desarrollo de Eneas. El coro, pulido y empastado.








Con un elenco completamente británico, Christopher Hogwood (Decca L’Oiseau Lyre, 1992) propone un conjunto reducido, sin vientos añadidos, que rebosa suavidad, gracia y claridad, y enfatiza la audición del continuo clavecinístico. La diferenciación de las voces femeninas (Bott, pequeña y bonita; Kirkby, aflautada; Baird, aterciopelada) permite seguir los diálogos con claridad. El Eneas de Ainsley transmite sensibilidad y valentía. La utilización de un bajo como hechicera ha sido documentada históricamente y es menos grotesca de lo que cabría esperar; por el contrario es escénicamente insostenible la degradación del marinero a guardamarina cantado por un niño. El coro final reposa del intenso cromatismo del insistente ground (literalmente símbolo de la tierra y la tumba) en un solemne tributo, lleno de alivio y paz. A destacar la excelente dicción, si bien es algo plano el trasunto sobrenatural. Sonido limpio y poco reverberante.







William Christie (Erato, 1994) aplica la vía continental, no sólo en el reparto francófono, sino también en la acentuación de los ritmos, los tempi ligeros y las dinámicas agresivas. La orquesta espartana (tres cuerdas, flauta, oboe, tiorba y un clave muy presente) burbujea con inventiva, rítmica y floreada. Este minimalismo se aplica al coro, donde sólo dos refuerzos suplementan a los solistas. Claire Brua es una reptiliana hechicera, evitando la caricatura, dentro de una magnífica escena de sonoridad maléfica y chirriante. Sin embargo el ambiente marinero, al son de panderetas, recuerda un vodevil de piratas errolflynniano. El imberbe Nathan Berg recrea un desacostumbrado Eneas, arrogante con Dido, pero temeroso de los dioses: escúchese la entonación del “Tonight?”, eje crucial de la ópera. A pesar del abundante vibrato, Veronique Gens despliega emoción, dulzura, y sus adornos suenan esenciales, cuando no inevitables. En conclusión, su refinamiento y continuidad hacen perfecto este disco como representación teatral.






La originalidad de Jacobs (Harmonia Mundi, 1998) le hace rozar el intervencionismo en la partitura. Así, para completar las dos escenas perdidas, añade música de otras obras de Purcell o repite fragmentos, por ejemplo en la overture. Utiliza flautas para doblar las cuerdas (ya de por sí robustas en número) y frecuenta los contrastes dinámicos, adornos y floreos; el continuo alterna clave, órgano positivo y laúd, asignándolo a escenas o personajes determinados. Así, las disonancias que enmarcan las arias de Dido (superlativa Lynne Dawson) presentan gran delicadeza, una de las características de esta grabación. El Eneas de Gerald Finley es firme y varonil; la hechicera de Susan Bichley realiza una llamada de trascendencia wagneriana, dejando el contraste para el pausado coro infantiloide y el retrato grotesco de sus secuaces, Dominique Visse y Stephen Wallace, lo que sin duda dificulta la interacción polifónica, pero encaja perfectamente con la tradición cómica del contratenor travestido. La tranquila alternancia de coro y semicoro en el número final (con apoyo delicado del continuo) aporta una espléndida definición de planos sonoros. Tempi acentuados por ambos lados, especialmente en amplitud por los coros, pero siempre manteniendo una impecable dicción.







Teodor Currentzis (Alpha, 2008) anticipa la tragedia tanto en su cálida intensidad como en su violenta agitación: así en la overture, al modo francés popularizado por Lully, acentúa el diseño en dos secciones (primera lenta, solemne con ritmo punteado, y segunda rápida con motivos imitativos), destacando las disonancias y los frecuentes cromatismos (rascando las cuerdas). Es ésta una versión única, asombrosa, excéntrica. El subrayado constante del elemento folkclórico y el uso de un continuo donde tienen cabida laúdes y tiorbas, violas y percusiones, enlazan con los mágicos itinerarios de Jordi Savall por el arco mediterráneo. Como hiciera Jacobs, el nuevo mesías griego añade interludios intrumentales basados en material existente. Los tempi tienden a ser extremos en busca del sentido escénico. Los coros siberianos ostentan un acabado pictórico más áspero que los acostumbrados relamidos británicos. En la escena de la cueva la contralto es maléfica, los espíritus revolotean alrededor, el coro palpita, las cuerdas concitan, y la percusión remarca la amenaza. La voz de Simone Kermes aflora delicadísima, casi transparente, y acentúa el impacto emocional resbalando los melismas al modo oriental, sin que por ello se vea oscurecida la claridad del texto. Los tempi lánguidos y el pleno uso de la dinámica (maravillosos el control y la pureza de emisión en pianissimo, casi en un susurro) convierten sus intervenciones en hitos en la discografía purcelliana. Soberbia toma de sonido.









Las intérpretes del papel de Dido son invitadas por Purcell a buscar en su propia alma cómo tratar la segunda parte del lamento (pasaje genuinamente modulatorio, tonalmente inestable). ¿Encuentra Dido nuevas fuerzas y coraje en sus últimos momentos (como Baker, Gens), o decae exhausta (como Kirkby, Kermes) en su voluntad de vivir? Haga o no un último crescendo heroico al sol, la magnífica coda instrumental, particularmente disonante, ilustra la extrema angustia de Dido, y cuya descenso a la tumba nos hace percibir Purcell con una escala cromática completa por primera y única vez en la obra.
Entre las grabaciones con aciertos parciales podrían citarse: la tersa voz de Victoria de los Angeles en la grabación de Barbirolli (EMI, 1966); la onírica escena de la brujas con Harnoncourt (Teldec, 1983); la lujuriosa dramatización de Jessye Norman en la versión de Leppard para Philips (1985); el etéreo y apolíneo Monteverdi Choir dirigido por Gardiner (Philips, 1990); el juego especular de los personajes (los seis papeles femeninos son doblados por tres mujeres) con Niquet (Glossa, 2001); el carácter pastoril en la aproximación de Haim (Virgin, 2003); la flexibilidad instrumental minimalista de Wentz (Brilliant, 2004).

With this work in progress, the BBC3 broadcasted the program Building a Library dedicated to Dido & Aeneas. The disparity of views is always rewarding.






And finally, the atmospheric production filmed in Hampton Court using the studio recording conducted by Richard Hickox on the Chandos label as soundtrack.







 

15 comentarios:

  1. Paso para confirmarte mi re-visita más detenida, pronto, en este fin de semana. Un abrazo.

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  2. Impresionante y documentadísimo esfuerzo el que realizas en esta entrada. Coincido prácticamente al cien por cien en todas tus apreciaciones. Para mí las tres versiones esenciales en cualqier discoteca son la de Christie, la de Jacobs y ahora esta magnífica de Currentzis, que creo que no ha sido sufiecientemente valorada por la crítica, y que en algún lugar he visto denostada sólo porque hay un pequeño error de grabación por parte de Alpha en el segundo 27 (¡!). Como Dido, y en posiciones distintas y distantes, me parecen insuperables Dawson y Kermes, la primera por su purísima elegancia y la segunda por su transparente emotividad. Con Kirbi yo personalmente no puedo. Y en cuanto a las clásicas (Norman, Baker), siendo quienes son... pues se me quedan fuera de lugar; debe tenerse en cuenta, por lo demás, que la obra gana enormemente en autenticidad y delicadeza con una interpretación historicista. No has reseñado la última grabación que ha aparecido, el peculiar empeño de Sarah Connolly para Chandos, que resulta sosíiisima para mi gusto. Un gran beso.

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  3. los comentarios radiales no están disponibles, buenísima idea tenerlos en casa.

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  4. Bellísimo y generoso blog con comentarios que se agradecen ya que denotan y transmiten conocimientos musicales importantes sin caer en un lenguaje de tecnicismos que bien poco haría por mi que adoro la música pero no sé solfeo.
    Mil gracias.

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  5. I took the Parrott version.
    Thank you very much.
    Anne

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  6. Impresionante blog. De auténtica referencia.

    Enhorabuena por tal sensacional trabajo

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  7. Muy interesante blog.

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  8. Son muy buenas todas estas grabaciones de Purcell, pero solo falto la realizada por Barbirolli con la gran Victoria De Los Angeles, mas allá de todo esto gracias por compartir tan bella y evocadora opera.
    Saludos cordiales.

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  9. Espectacular trabajo el que has hecho aquí, muy pedagógico. ¡Te lo agradezco mucho! Voy a ver la ópera el sábado que viene. Salud.

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  10. Hello everybody! I do not know where to start but hope this site will be useful for me.
    I will be happy to get any assistance at the start.
    Thanks and good luck everyone! ;)

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  11. Hola, necesitaria el prólogo del manuscrito de Tenbury ¿sería posible em indicaras un lugar dónde encontrarlo? se supone que allí dialogan Phoebes y Venus (tengo entendido que la música se perdió), agradecería cualquier ayuda puesto que pretendo estudiar el texto de Tate y en todos los libretos que he visto el prólogo no está. Saludos Eliezer

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  12. Lo siento, lo único que he encontrado es un estudio sobre el prólogo, aquí:

    http://books.google.es/books?id=OQZGt1pzcfkC&pg=PA58&lpg=PA58&dq=purcell+dido+manuscript+tenbury+venus&source=bl&ots=ZBi1BBgc1a&sig=K6zCIE7hcoJSSHsYFcTHoxt421w&hl=es&ei=MRAXTtGtBNCLswbLyKGtDw&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CBgQ6AEwAA#v=onepage&q=purcell%20dido%20manuscript%20tenbury%20venus&f=false

    Un beso y ánimo.

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  13. Excelente seleccion. Soy de Argentina. Recuerdo un programa radial de discografia comparada de Dido con votacion de la audiencia donde ganó la de ... Jones, con Kirsten Flagstadt. No la pusiste como opcion, siendo que esta recomendada en arkivmusic.com. Tampoco esta la de Gardiner. Ni la segunda de Parrott, maravillosa. Esta ultima tambien usa una soprano liviana (van Evera) y Kirkby es Belinda, pero la revelacion esta en 1) Ben Parry, mas actor que cantante, como un desopilante hechicero, 2) cuerdas a una por parte y 3) un enfoque mas lento y teatral, pues considera que Dido bien pudo crearse para el Covent Garden y la ejecucion de 1689 ser un revival.

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