sábado, 2 de junio de 2012

Shostakovich: Los cuartetos de cuerda - The String Quartets

Pravda le definió como “un verdadero hijo del Partido”. Pero su personalidad pública (responsibilidades oficiales durante toda su vida, prominente perfil cívico, el aparente hosanna al futuro comunista) pudo haber sido meramente una máscara que ocultara sus verdaderas creencias disidentes. En un tiempo de control y opresión política en el régimen stalinista (¿cuál no? ¿dónde no?), condenado en dos ocasiones por formalismo (la innovación ilusoria, abstracta e individualista, que rechaza la herencia clásica, el carácter nacional y el servicio al pueblo), sobrevivió en precario equilibrio a las sucesivas purgas culturales, cuando muchos de sus amigos fueron exiliados o desaparecidos. Su motivación fue la música. Sólo ésta permaneció constante a través de su turbulenta y a menudo torturada existencia, llena de gestos irónicos, enigmas crípticos y matices hermenéuticos. El cuarteto de cuerda fue concebido como un medio viable para la construcción y articulación de su propio mundo sonoro, y dibuja la crónica de la áspera realidad interior de Dmitri Shostakovich.

Los 15 cuartetos van jalonando un premeditado viaje a través de la tonalidad que duró 36 años. Fueron escritos en diferentes claves, con la intención metódica (y poco verosímil) de formar un conjunto de 24, sobre el modelo del Clave bien temperado. El ciclo por entero con su tono ascético, estricto y concentrado podría verse como un ejercicio en variaciones de lamentos, pesares y pérdidas. Música esencialista e intensa, absolutamente abstracta, refractaria a todo programa. Entre sus cualidades: una arquitectura armónica cubista, politónica, cromática en su totalidad y estridente en ocasiones; las continuas metamorfosis rítmicas y la unificación temática; los sutiles aromas de folcklore ruso, el uso de glissandi, pizzicati percusivos y horripilantes trinos. Desde el punto de vista formal permanece en semilibertad dentro del cercado escolástico, la impronta postromántica dentro del movimiento neoclásico, asumiendo un pasado cercano que se trasciende sin abjurar de él, y que se disuelve gradualmente en los últimos cuartetos de la serie en un monólogo polifónico.






Los integrantes del Beethoven Quartet, estrictamente contemporáneos del compositor, no sólo tuvieron el privilegio de estrenar todos sus cuartetos (excepto el primero y el último) sino que contaron con la asistencia del propio Shostakovich a los ensayos previos, tocando la pieza primeramente al piano, y señalando minuciosamente los detalles interpretativos. Sin embargo, si algo caracteriza este ciclo es la irregularidad en su percepción y ejecución. A esto contribuye el ocasional gusto caprichoso, semi-improvisatorio, inesperadamente áspero, siempre delicioso, del primer violín Tsyganov. El fraseo y el generoso uso del vibrato denuncian la tardía tradición romántica, pero la afinidad nerviosa con el núcleo dramático de las obras instiga desconfianza, sufrimiento y dolor, y hace olvidar la inestabilidad en la entonación, el a menudo prosaico estilo. Excepcionales las delicadas disonancias en el doloroso lamento del 4º, la hipnótica melancolía del 7º, la huraña ambigüedad semántica del 12º. Tempi ansiosos, impacientes, urgentes, impetuosos, que dan la impresión de interpretaciones en directo. Las desiguales tomas sonoras, realizadas a lo largo de dos decenios (Doremi, 1956-1975), oscilan entre la acústica equilibrada, seca, focalizada y sin profundidad (que acusa la cercanía de los micrófonos), y la mera corrección estérea. En algún cuarteto (2º, 9º) un apreciable ruido de fondo delata su procedencia de vinilos.








En el otoño de 1972 Alan George, viola del Fitzwilliam String Quartet, escribió al compositor para pedirle permiso para estrenar en Inglaterra su 13º cuarteto. Shostakovich no sólo mandó las particellas, sino que se presentó entusiasmado a los ensayos para ayudar a refinar una interpretación alejada del deslumbramiento virtuoso y la ferocidad rusa, emocionalmente recatada y calma, de imaginativo y amplio fraseo, de sutil dulzura en los movimientos lentos, como cálidas esposas de satén. Se podría echar en falta mayor variación tonal en la percepción del ciclo, ya que la gravedad se aplica incluso a los más ligeros primeros intentos, como si anticipara las tensiones en la consternación que habita en los postreros cuartetos. Destacar la etérea conclusión del 3º, la acumulación de energía expresiva en el 12º, la mahleriana aceptación de la derrota del 14º. Grabación de presencia realística, de gran riqueza tímbrica, cercana al punto de sacrificar la separación de texturas y las dinámicas pianissimi. La cuantiosa reverberación perjudica algunas pausas y las notas percusivas (Decca, 1975-79).

 






El Borodin Quartet también trabajó codo con codo con el compositor cuando la tinta de los cuartetos aún estaba fresca. Su primer registro (Melodiya-Chandos, 1967-1972) concluye en el nº. 13, ya que por aquel entonces Shostakovich aún no había compuesto los dos últimos. Esto añade un mayor matiz testimonial a esta pionera lectura, de trazo tonal poderoso, suntuoso y opulento. Apasionado y romántico en las tenues dudas de tempo que permiten respirar espontáneamente cada frase con diferenciados matices, a veces con una pizca de sentimental vibrato, otras manteniendo largas notas sin él, como un antiguo consort de violas. Tensión y drama, contraste y contradicción son maximizados, llegando a afear o nasalizar el sonido si es necesario, siempre con refinamiento en la entonación. Expresividad colorística por encima de precisión técnica u osadía en los tempi (aunque algunos de los movimientos lentos llegan a doblar el tempo marcado en la partitura) como en la misteriosa y ambigua acentuación de claroscuros en el 9º, el volcánico crescendo en el terrible, lunarmente desolado y vacío si bemol final del 13º, el peligro inmediato y desesperado del 8º, la mordacidad del cello en el 3º. Sónido brumoso a partir de vinilos impecables. Para el segundo ciclo (Melodiya-EMI, 1978-1983) el cuarteto había reemplazado sus violinistas originales: el concepto vital permanece pero quizá sea más agreste y aristado, con la diferencia más de grado que de concepto. Si bien la localización espacial está perfectamente resuelta, hay mayor sequedad ambiental ocasionada por la inmediatez de los micrófonos. ¿Cuál de los dos ciclos elegir? Los más viejos borodinistas del lugar aconsejan la siguiente receta: Borodin I (Nos. 1-11) y Borodin II (Nos. 12-15).








La del Cuarteto Brodsky es una interpretación restringida, de fantasiosa contención, que sugiere más que afirma con su fraseo estoico y sobrio, escrupuloso en el excitado manejo de los ritmos populares eslavos, en el respeto ponderado a dinámicas (con auténticos pianissimi) y tempi, por tanto generalmente tranquilos. La grabación (Teldec, 1989) comparte los méritos de la interpretación: moderata, clara en la resolución de sus individualidades, levemente callada.






El Cuarteto Éder de Budapest sufrió a mediados de los ochenta una renovación casi total -tres de sus cuatro miembros-. Transcurrido los plazos críticos que una deconstrucción así origina, y una vez confirmada su excelente estado de forma, la firma Naxos, emprendedora donde las haya, confió a los voluntariosos músicos húngaros la integral de los Cuartetos de Shostakovich (1992-96): Su cénit hay que buscarlo en las ricas armonías ligadas en elocuentes vibrati, el generoso espectro de estados emocionales -siempre cambiantes-, los ritmos sólidamente enunciados que clarifican la arquitectura formal. Cierta carencia de profundidad de planos, la simple corrección en los solos, la literalidad en las marcaciones dinámicas, la veneración solemne e inflexible a las obras les impide redondear la esencia amenazante, maníacamente salvaje, de estas estructuras. Toma sonora abierta, plena, excelente, dentro de un acústica de salón.







Desde el principo la interpretación del Emerson String Quartet (DG, 1994-1999) luce por varios motivos: el apabullante virtuosismo técnico en las líneas solistas resaltado aún más si cabe por la grabación efectuada en vivo, la articulación y entonación invariablemente perfectas y pulidas, los tempi tensos y vibrantes. Camaleónico el abanico tonal, variadísimo en colores, resultado, quizá, de la insólita alternancia de los papeles de primer y segundo violín (herencia de su escolarización compartida). Espartano en su dominio de las dinánicas, objetivo y eficiente, aceradamente intelectual y abstracto, intimidante en su inhumano mantenimiento del tempo, acorde al tecnocrático presente. Implacable en la ultraviolence moral (y quizá física) del 8º (contemporáneo de A Clockwork Orange), en el progresivo escalonamiento de tensión del 9º, en la cruel desolación que expone el sonido sin vibrato en el 5º. Anonadante grabación, con los instrumentos proyectados para lograr la máxima separación tímbrica, y una ausencia envidiable de ruidos (al parecer, antes de cada concierto, se conminaba al público a no respirar mientras vibrasen las cuerdas bajo pena capital…).





Dentro de la tradición clasicista, alejado de extremismos rudos y astringentes, el Rubio Quartet se apoya en tempi apresurados, pero siempre manteniendo el elegante legato, la suave calidez del timbre, el énfasis en el lirismo. Sin poseer una impoluta perfección técnica, la soñadora fluidez de su lectura, el determinado acento en la resolución de matices de articulación y fraseo revelan detalles hasta ahora ocultos: el cariz danzable del 1º, la inesperada audacia rítmica del 7º, la visión lóbregamente poética del 9º. Atmosféricamente grabado en vivo (Brilliant, 2002), dando la preeeminencia (irregularmente) a la línea del cello.







El St. Petersburg String Quartet (Hyperion, 1999-2003) hunde el relieve emocional y estructural en la textura carnosa del vibrato lujuriosamente oriental, en la tornasolada belleza del sonido, en la rigidez de los tempi, extremos en su elección. La tímbrica se hace mecánica, los colores primarios, amables, corteses y poco excitantes, no encontrando la corrosiva inseguridad y la complejidad subterránea que impregnan las notas. Sonido árido, sin reverberación alguna, que recoge ocasionales soplidos y gruñidos de los intérpretes.






Frugal y limpio de referencias testimoniales expresionistas, el Mandelring Quartet se muestra reticente a buscar más allá del arte por el arte. Su rasgo primordial es la homogeneidad de tono (bello, cálido, romántico) lograda por la fraternal unanimidad: hay tres hermanos en el cuarteto, siendo el sonido de los violinistas casi indistinguible. Singular caracterización de cada obra a pesar de la rigurosa atención a las dinámicas y la relativa uniformidad de tempi: la simplicidad encantada y primaveral -teñida de ironía su inocencia infantil- del 1º, la ausencia de sentimentalismo del 7º, el frenesí psicótico del 8º, el resplandor de cabaret mortuorio en el 13º. Hasta la fecha no hay mejor registro técnicamente (Audite, 2005-2009): excepcionalmente equilibrado, transparente incluso en los más densos pasajes, preciso e íntimo en la localización espacial.








Desgraciadamente los ciclos que los cuartetos Taneyev y Shostakovich grabaron para Melodiya y Olympia en los años 70 y 80 están fuera de catálogo y no se han podido incluir en este repaso discográfico.


Hace ya algunos años Radio Clásica retransmitió una serie de programas intitulados Memorias de Shostakovich, en los que se narraban ejemplarmente fragmentos de Testimony, un manuscrito que pretende ser los recuerdos autorizados del compositor “como fueron contados y editados por Solomon Volkov” y que fue sacado de contrabado de la Unión Soviética y publicado póstumamente en occidente en 1979. Documento político clásico de la guerra fría, de autenticidad nunca probada, que parece ideado por la 5ª planta del Circus (please, explain yourself, George) y que refleja/inventa la amargura de Shostakovich en el régimen stalinista. La pregunta fundamental sigue sin respuesta: ¿fue un resistente pasivo, que expresó su disidencia del sistema soviético de modo críptico en sus obras, o fue un comunista convencido al que la progresiva degradación de la revolución bolchevique alejó de sus creencias políticas? La música es la única que puede revelarnos la compleja verdad acerca de su creador.






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