martes, 2 de junio de 2009

Schumann: Dichterliebe

Libremente inspirado en Lyrisches Intermezzo de Heinrich Heine (Schumann adaptó los poemas a las necesidades de la música, reordenando y alterando algunos textos), Dichterliebe op. 48 (Los amores del poeta) fue compuesto en mayo de 1840, y se puede considerar tanto como un ciclo de canciones como un álbum, una galería de cuadros cada uno de ellos un microcosmos autónomo que ocupa pocos minutos en consumarse en emoción, tensión, conflicto o resolución, idea ésta cara al Romanticismo temprano (Schlegel, maestro del mismo Heine: “El hombre no existe como un todo, sólo en sus partes”).
Los lieder de Schumann ocupan un lugar transicional entre lo vocal y lo pianístico, una suerte de extensión de su temprana creación para el teclado. El piano aporta mayoritariamente la melodía, con extensos preludios y postudios que glosan los poemas, y “dan voz a pensamientos y sentimientos que las palabras sólo decoran” (Schumann dixit).
El tratamiento musical que aporta Schumann a los poemas crea una compleja experiencia emocional. A la presencia del amor como declaración y queja, como resignación a favor del ser amado, se une a un peculiar sarcasmo en forma de reproche. Repentinas disonancias y tensión armónica subliman una pasión que es acentuada en el texto. El contraste dinámico entre características opuestas acentúa la ironía y evoca una incierta atmósfera de deseo.
Veamos como ejemplo de esta naturaleza fragmentaria de los lieder y sus finales abiertos y sus inestables comienzos, un breve análisis de la primera canción: Im wunderschönen Monat Mai


En el maravilloso mes de mayo, cuando se abrían los capullos
se abrió también mi corazón al amor.
En el maravilloso mes de mayo, cuando todos los pájaros cantaban
le declaré mi amor y mi deseo.

La estructura de este lied se encuentra radicalmente fuera de la ortodoxia: La ausencia de definición tonal pespuntea un suspense continuo a través de toda la canción y finaliza dejando la armonía irresoluta. El poder del pasaje inicial (construido con arpegios de carácter casi improvisatorio) radica en el hecho que implica la tónica pero jamás la alcanza (relación con objeto de deseo (Clara) y su ausencia). Este anhelo, que desestabiliza la clave y crea la fragmentación en la canción puede ser escuchado en la imprecisa superposición de la melodía (compases 5 al 12) en las líneas vocal e instrumental; también reemerge al final de cada estrofa. La línea melódica vocal es sencilla, ascendiendo y descendiendo por grados cercanos, en una ondulación cromática que favorece el buen despliegue de las palabras. Al piano la melodía explicita la tensión en los grandes intervalos.

En una discografía prácticamente inabarcable (sobre 90 versiones), la fortuna de las interpretaciones hace la elección particularmente difícil, y debe ser realizada personalmente. Dichterliebe exige un intérprete capaz tanto de matizaciones expresivas refinadas y sutiles como de ostentación de autoridad y poderío, además de una amplia extensión de la tesitura vocal por lo que es habitual la trasposición de algunos de los lieder.


Comenzamos con un registro de los denominados históricos, plano, con un suave soplido de fondo y abundantes saturaciones. Charles Panzera-Alfred Cortot (Dante, 1935) posee una asombrosa belleza de timbre y un inmenso abanico de colores con los que retratar el corazón de cada canción, realzando el significado de los versos. A veces se producen desajustes entre voz y piano debido al abundante, libre e imaginativo empleo del rubato; quizá al oyente actual le resulte contrario al pulso natural de la música. Flexibilidad mágica del fraseo, la fantasía convertida en clásico.








Hermann Prey-Karl Engel (EMI, 1962) da al ciclo un carácter de soliloquio; suave, acariciante, sensible y atento al significado del texto, si bien podría ser más matizado, por ejemplo en la canción nº 3 (“Taube”) o en la nº 13 (“Grab”). Engel es un imaginativo acompañante, bien balanceado en la grabación (en el lied nº 6 el severo stacatto al piano acentúa el aroma a cantata bachiana).








En el poeta de Fritz Wunderlich-Hubert Giesen (DG, 1965) sobresale la atractiva frescura de su voz juvenil, con aquel candor propio que fue siempre marca de la casa. Expresividad sin esfuerzo, respiración fácil, suavidad del legato, belleza del timbre cálido, sentimiento interior, canta la mayoría de las piezas en su clave original. El piano se muestra pesado y rígido, dejando pasar los refinamientos de los aéreos pentagramas. A destacar el ligero y apasionado vibrato de la canción nº 1, donde, sin embargo falta la intolerable nostalgia; en la nº 3 no observa el ritardando a mitad de canción, y en la nº 6 es monótonamente ligero. Muy bien en las nº 5, 7 (es una cumbre insuperada) y 12.








Dietrich Fischer-Dieskau-Jörg Demus (DG, 1965) ha sido ampliamente reconocido como el más dotado intérprete de lieder de su (y probablemente de cualquier) época. Su curiosidad, inteligencia, su vasta paleta de colores empujó el lied a nuevos niveles de comprensión e intensidad. Quizás en 1965 esté en su plenitud vocal, íntimo, suave, inmediato y ardiente. Soberbio en la caricia de su timbre baritonal, la transparencia de la pronunciación, la amplitud dinámica (nº 5, 8, 9 y 12). Bellamente calculados ritardandi en las canciones nº 3 y 6 (donde deja el corazón helado). Como contrapartida el intermitente sobreénfasis verbal, las inflexiones en la voz, la acentuación de las palabras estratégicas, la generalizada caracterización de los modos mayor y menor para la esperanza y desesperanza. La contribución de Demus fluye naturalmente, libre de expresión, con un punto de rubato poético como en los nº 1 (atención al pedal) y 10. La grabación está equilibrada entre voz y piano, éste ligeramente superficial.








Peter Schreier-Norman Shetler (Berlin Classics, 1972) es un tenor ligero, lírico, con el extremo brillante, que oscurece el color por abajo (como en la nº 7) y hace un vivaz uso de la dinámica para ampliar el rango de expresión, alcanzando el drama en ocasiones. La pronunciación es clara y precisa, el particular tono delicado y susurrante va fluyendo por el legato inagotable, comunicativo, si bien falta dolor. Si en la nº 2 solfea al tempo más lento posible (muy apropiado), en la nº 6 esta laxitud es pesante. Piano cantabile en los nº 8 y 12.








Dietrich Fischer-Dieskau-Christoph Eschenbach (DG, 1977) El timbre es ahora más tenoril e inevitablemente menos rico y vigoroso que en anteriores registros. También es más comedido en la dinámica. Las repentinas expresiones rozan un inestable manierismo que puede ser irritante: matiza, teatraliza, exalta, sobreactúa; todo ello sin exagerar, con el acento relajado de la experiencia, es decir, imaginativo en el detalle pero sin perderse en él. Incomparable sentido rítmico, variedad de tono y color, su energía a veces amenaza destruir el frágil encantamiento shumanniano (el posterior registro con Brendel es peligrosamente cercano a la autocaricatura). Excelente el piano, claro y evocativo, complementando más que acompañando, al mismo nivel ideal de realización artística. Muy buen sonido. De escucha imprescindible.








Jose Van Dam-Dalton Baldwin (Forlane, 1988) es un poeta vociferante, aristocrático y distanciado, con su timbre rasposo de troll de las cavernas, arrastrando la pronunciación de las erres. Pasable cuando se pide poderío (nº 7 y 9); preciosa la manera en que finaliza la nº1 (“Verlangen”).








Thomas Quasthoff-Roberto Szidon (RCA, 1993) posee más cuerpo, profundamente sentido, impecables el fraseo y la atención al texto (nº 3). El timbre meloso, contundente, limpio y sincero, de amplísima extensión, pero peca de escasa distinción del carácter específico de cada canción. El piano ataca arrollador (nº 5), enérgico (nº 6), rotundo (nº 8).








Thomas Hampson-Wolfgang Sawallisch (EMI, 1994) recupera la versión original editada por el mismo Schumann con ligeras diferencias melódicas y rítmicas. Es un barítono ligero, de enorme control vocal, que a veces (nº 5, 8) sobrearticula hacia la heroico y se decanta por una interpretación retórica e impetuosa más que por las oscilaciones anímicas del poeta. Sawallisch está correcto (respeta las dinámicas de la partitura ) pero poco inspirado, destacando los lacrimosos rallentandi en cada compás de la canción nº 1.








Wolfgang Holzmair (Philips, 1994) plantea un poeta opuesto al de Dieskau: Gentil, tranquilo, con un hilo de voz aterciopelada y sensible, cual meditación privada, la dicción es clara y luminosa, si bien falta la pasión y la sensualidad (nº 3 y 4). Cooper comparte esta línea interiorizada, aunque a veces demuestra un apasionado balance de intensidad y delicadeza, por ejemplo en la canción nº 1 de queda dinámica. Toma de sonido tan cercana que se oye el mecanismo del piano.









Matthias Goerne-Vladimir Ashkenazy (Decca 1997) es el verdadero sucesor de FD con un timbre más oscuro y aterciopelado, profundo y firme que la de su profesor. Su intenso legato se adapta magnéticamente a la fluctuante música con que Schumann amarga los versos de Heine. Los inusuales tempi amplios (nº 1) arrojan una lectura sombría e introvertida en la que esculpe cada frase (en la nº 3 crea una pausa muy interesante). Naturalmente su pronunciación es exacta, aunque en ocasiones no enteramente clara (primeras frases del lied nº 5). El piano es sólido (nº 8) pero limitado en su imaginación.








Andreas Schmidt-Rudolf Jansen (Hänssler, 1997) es otro discípulo de FD, pero con mayor profundidad en el espectro inferior de la voz, baritonal, cálida y viril, con un escrupuloso legato. La cuestión es si posee la habilidad narrativa del maestro o quizá se apoya solamente en su timbre encantador (nº5 rubato a mezza voce), ya que a veces parece demasiado impersonal, casi instrumental, a expensas de la atmósfera e inmediatez verbales. Piano pausado.








Si se contempla una visión delicada y expresivamente interiorizada del dolor, Ian Bostridge-Julius Drake (EMI, 1998) tiene el instrumento adecuado: Tenor lírico de voz nasal con una estrecha paleta de color, maneja un maravilloso y continuo legato, y utiliza selectivamente el vibrato como medio de expresión (en la canción nº 6 ilumina el descubrimiento de las flores y los ángeles). Su pronunciación puede mejorar (quizás). Terror, inmediatez, a través tanto de la poesía como de la música (nº 1 estupenda la dinámica en cada verso). Esta grabación, de ejemplar balance, contiene los 4 lieder que Schumann expurgó al revisar el ciclo en 1844 y que fueron publicados póstumamente. Discreto y sensitivo acompañamiento.








En esta línea actual de no matizar cada sílaba distorsionando innecesariamente la curva melódica, asimismo encontramos la voz ligera de Werner Güra (Harmonia Mundi, 2002) que resulta apropiada: canto espontáneo, de timbre deliciosamente suave, muy matizado el texto en nº 7 y 9. Su soñador legato, siendo un punto fuerte, no es comparable al de Wunderlich. A veces elige tempi tan pausados que adolecen de una cierta pérdida de tensión (nº 5). Jan Schultsz aterciopela el piano en las escalas descedentes del postludio en el lied nº 10.






Prometo no volver a abusar del italiano. Lo giuro... (purchè non parli del Commendatore)